RITOS
El otro día, bueno para ser más concreto hace 15
días, hablando con una amiga recode un episodio ocurrido en mi adolescencia Un episodio
que había olvidado y que al contárselo a mi amiga hizo que se partiera de risa.
Situémonos. Debía tener yo por entonces unos 15 o 16 años, y era verano. Un
verano de estudiante largo e interminable, tres meses de pura holganza y diversión. Como
siempre en verano me encontraba en la Adrada y como era costumbre, estaba con mi madre y mi hermana y estábamos los tres solos, mi padre hacia de Rodriguez total, quedándose trabajando
en Madrid durante la semana y yendo únicamente a disfrutar los fines de semana.
Era la hora de la siesta, esa hora indefinida que se extiende desde después de
comer hasta las cinco y media o seis de la tarde, y estaba en el salón tumbado en el sofá viendo,
cuando la somnolencia lo permitía, la
tele por la que extrañamente no estaban retransmitiendo
ni la Vuelta España ni el Tour de Francia, o puede que lo estuviesen echando
por la primera y nosotros estuviésemos viendo la segunda, qué tiempos aquellos
donde solo había dos cadenas y era difícil elegir cual veías. Estábamos viendo
un reportaje, no era el típico documental de leones que adoptan gacelas huérfanas
y las cuidan hasta que acaban muertas a
manos, sería mejor decir a garras, de
otra manada de leones, ni sobre lo maravilloso que es hacer submarinismo en la gran barrera del coral australiana
mientras evitas el ataque del gran tiburón blanco Era el aún más típico documental
sobre desconocidas y a nuestros ojos pintorescas tribus que pueblan, o poblaban
vaya usted a saber a estas alturas, la sabana Africana. Era en este caso el documental iba sobre los distintos ritos iniciáticos
que marcan el paso de la adolescencia a la edad adulta. Ya sabéis el joven al
que le toca ir a matar un león con la única ayuda de sus manos, o conseguir 5 vacas
de los poblados vecinos sin que te alanceen por ladrón, subir a las nieves del Kilimanjaro descalzo y
sin abrigo para volver con un poco de hielo en el zurrón. Vamos lo que vienen a
ser las inocentadas de toda la vida. Bueno pues en uno de estos pueblos uno de
los ritos era hacer un pago a la tierra para asegurarse los buenos pastos para
el ganado durante la estación siguiente. El rito en este caso era muy simple, el joven para demostrar que ya era adulto
tenía que fecundar la tierra con su esperma. Para ello, se hacia un agujero no
muy profundo y tampoco muy ancho en medio del campo donde el joven una vez excitado
debía introducir su pene y a base de los movimientos que todos conocemos, tenía
que terminar eyaculando dentro del agujero. Todo esto claro ante la atenta
mirada de los ancianos de la tribu que cuando el joven terminaba eran los
encargados de comprobar que efectivamente había cumplido con la tradición
realizando su pago y de tapar el hoyo con algo de tierra. Total que aparte de
pensar que siempre había estado equivocado cuando al ver otros documentales sobre
la sabana y ver los montoncitos de
tierra creía que eran hormigueros, aquello me llamo muchísimo la atención.
Claro no hay que ser muy listo para saber que una curiosa práctica sexual unida a un adolescente muy curioso, por no
decir más salido que el pico de una plancha, educado en un ambiente
racionalista, solo podría tener un resultado. Justo ese que estáis pensando. Así que me falto tiempo para que en cuanto me
quede solo me dispusiese a realizar mi propio rito de iniciación a la edad
adulta, hice un pequeño agujero en el jardín y una vez excitado, me tumbe en el
suelo con mi pene introducido en el agujero y me dispuse a realizar mi pago a
la tierra. Pero claro, una cosa son los aguerridos y duros adolescentes de la
sabana africana y otra un débil y blando adolescente urbanita. Aquello no había por
donde cogerlo, utilizando en este caso la forma argentina del verbo. Los granos
de tierra se me clavaban en las piernas
desnudas, el roce de mi pene con el suelo era un dolorosísimo recordatorio de
mi blancura y mi imagen, tumbado desnudo en un lateral del jardín no podía ser más patética. Total que unos 20
segundos después de empezar, y ante el
riesgo cierto de que me produjese pequeñas heridas o cortes y que tuviese que
ir al médico, y a ver como explicas con dignidad como te las habías producido, decidiese
no continuar con el rito y prolongar mi adolescencia un poco más. Así que me levante, comprobé que los daños no habían
ido mas allá de un pequeño corte en la base del pene, me lavé, me volví a vestir, tape el agujero ahora
triste recordatorio de mi fracaso, comprobé que efectivamente nadie me había visto
y archive ese momento en el rincón más inaccesible de mi memoria.
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