N'DALATANDO
Mientras adelantamos al camión como no, conducido por un chino, Manuel
nuestro conductor y amigo, nos señala un edificio a la derecha de la carretera.
-
La discoteca
de N’dalatando -nos dice. Miro el
edificio. Como todos los de por aquí no parece gran cosa, aunque a diferencia
de sus vecinos está pintado de blanco y un gran cartel encima del mismo indica
el nombre del local “Che Guevara” debajo
está pintada la icónica figura por todos
conocidas del guerrillero con boina y barba
Un poco más adelante termínanos de subir la colina, y la carretera comienza
un suave descenso, al fondo, en el valle
se ven las luces de una ciudad.
N’dalatando dicen todos al unísono, aliviados de que el largo y peligroso
viaje desde Luanda por fin haya terminado. Cuando llegamos a la antigua Villa
Salazar portuguesa y capital de la provincia de Kwanza Norte está anocheciendo,
así que rápidamente Adriana y yo dejamos las cosas en la casa, nos lavamos y
salimos a dar una vuelta. Ya ha anochecido así que el paseo no es muy
largo, pero me permite ubicarme y conocer las tres o cuatro calles más cercanas
a la casa, que por otro lado son las más
céntricas la ciudad. Otra cosa
que me permite es ver es que N’dalantando es una ciudad joven y que
prácticamente no tiene edificios significativos ya que parece que la guerra fue
dura por aquí, y los pocos edificios
coloniales grandes o antiguos están o
abandonados o en ruinas. Terminamos el
paseo tomando una cerveza sentados en un bar que está cercana a la casa. En la otra mesa del “bar” están tomando unas
cervezas un grupo de vietnamitas que trabajan en la construcción de un inmueble
cercano, nos saludan con un “Boa noite” mientras nos sonríen. Después de una segunda
cerveza, el cansancio del largo viaje se hace presente y además tampoco ayuda que
el día siguiente sea lunes y laborable así que nos despedimos de nuestros vecinos,
que nos dicen adiós con la mano y nos
vamos a dormir.
A. se levanta temprano para ir a
trabajar, así que para no ser menos y sentirme solidario yo también me
levanto temprano. Tras una ducha y un café matutino salgo a recorrer la ciudad
a mi aire. El clima me sorprende, hace
fresco y está nublado amenazando lluvia, aunque como descubriré con el paso de
los días acabara haciendo bastante calor y no caerá ni una gota. Lo primero que
me llama la atención de la ciudad es su color. N’ dalatando es rojo, rojo es el
polvo que cubre las aceras, los tejados, las hojas de los árboles, las dos
estatuas de la famosa reina Jinga. Roja es la tierra con las que están hechos
los ladrillos de adobe con la que están construidas la mayoría de las casas en
los “bairros” que rodean el centro de la
ciudad, rojo es el color de los edificios oficiales y aquellos que quedan de la
colonia, roja es también la tierra de los pequeños huertos que hay por los
alrededores y rojas son las colinas que rodean la ciudad y rojo, rojísimo es por
ultimo y como descubriré más tarde el
sol del atardecer.
En N’dalatando en particular y en Angola en general todo el mundo se saluda
al cruzarse por la calle, recuerdo que me comento A. Así que mis primeras
palabras en portugués son el “bom dia” que le dedico a todas las personas con
las que me cruzo por la calle, ya sea los “seguranzas” de la calle, los
“meninhos” camino del colegio o los obreros vietnamitas de la obra cercana a
casa. Estos con la intimidad que da haber compartido dos cervezas, me devuelven
el saludo con la mano. De verdad he aquí uno de los grandes misterios de la
humanidad, junto al cuerpo de Roswell, las bases nazis en la cara oculta de la
luna y el aluvión de series y películas sobre zombis, ¿que hacen incluso en la
aldea más remota de Angola, un puñado de vietnamitas dedicándose a la
construcción de casas y al arreglo de viviendas?. ¿Cómo ha llegado esta gente aquí?
Parece que un “menage a trois” entre su gobierno, el gobierno chino y el
angolano, tiene la culpa.
Camino por lo que sin lugar a dudas es la calle principal de la ciudad,
edificios gubernamentales como la sede del instituto de estadística se alzan
nuevos, limpios a ambos lados de la misma. Aquí la casa del gobernador,
vigilada por un grupo de indolentes soldados, enfrente un chalet que es la sede
del partido gobernante, un poco más adelante los juzgados y delegaciones
ministeriales. También la sede del
gobierno regional.
Me doy cuenta que la antigua Villa Salazar portuguesa es una ciudad alegre
y dinámica por el día que está dominada
por el nuevo y gigantesco edificio de color rojizo que es la sede de la asamblea regional con pocos,
muy pocos edificios ornamentales y los pocos
que resisten de la época colonial se encuentran en ruinas o abandonados,
con dos
calles compuestas por chalecitos -que parecen sacados de un documental
de los EEUU de los años 50- de los que
en cualquier momento esperas que salga la prototípica y sonriente familia a
saludarte con perro incluido, con unas pocas calles formadas por viejos edificios de dos o
tres plantas sacadas esta vez de una película de Ken Loach y luego están la inmensa mayoría de las calles constituidas
por casitas bajas construidas de adobe o ladrillo que se extienden alrededor de
la ciudad colonial sin ningún orden, ni en la mayoría de los casos sin
urbanización aunque eso sí, todas las calles tiene alumbrado público.
Tiene la ciudad un pequeño hotel regentado
por portugueses y lugar de reunión de la colonia lusa de la ciudad, un cine que
no emite películas y que se usa como salón de reuniones, una modernísima
estación de tren por la que solo circula un solitario tren a la semana que pasa
los jueves y regresa los viernes y un supermercado que aún huele a nuevo, como
cualquier ciudad que se precie no puede faltar una tienda de móviles y otra de
ordenadores, tiene además una sucursal del colegio de notarios angolanos,
cuatro oficinas bancarias, una agencia de seguros, una pequeña biblioteca
municipal y una minúscula librería. Hay multitud de pequeñas tiendas en las
que encima de la puerta hay un letrero
con el nombre de sus antiguos propietarios “Agostinho e filho lda” o “Pereira
filhos lda” y que ahora son regentadas por Mauritanos que venden lo imprescindible para la vida diaria
desde botellas de agua a lejía pasando por galletas, latas de judías, detergente o garbanzos. Tiene la ciudad
multitud de tienditas donde hacer una fotocopia, imprimir un documento,
plastificar un papel o hacerse una foto
y la inmensa mayoría de ellas están llevadas por personas de origen
oriental. Hay claro, lugares donde comer y tomar una cerveza,
algunos –pocos- se anuncian con grandes letreros en las fachadas de los
edificios, aunque los más, simplemente tienen un cartel en la puerta donde dice “ha sopa” y otros simplemente se encuentran
escondidos en el patio de una casa tras una tapia o entrando por un recóndito callejón
que surge tras una esquina. Algunos pocos son elegantes, con sillas y mesas de
madera otros simplemente son un terreno desbrozado donde, junto a las omnipresentes
gallinas, hay unas brasas en medio del
mismo donde hierve un puchero en el que lentamente se cuece la “sopa” y se asa el pescado y por
todo mobiliario tiene dos mesas con sillas de plástico debajo de un toldo tendido
entre dos árboles y que proporciona algo de sombra, muy necesaria bajo el fortísimo
sol del mediodía.
Mención aparte, merecen los bares de la ciudad. Propiamente, bares, bares,
lo que en España se conoce como un bar, solo hay tres en todo N’dalantando que
casualmente coinciden en que son los restaurantes elegantes. El resto, la inmensa
mayoría son los que aquí llaman roulott y que pese al nombre afrancesado, no son más que cuatro paredes de chapa
alegremente pintadas de colores que
miden como mucho dos metros cuadraos y alrededor de ellos algunas mesas
y sillas de plástico o de cemento donde puedes,
desde tomar una cerveza hasta comprar tabaco, una botella de leche, un paquete de pasta o los niños dulces
y chuches. o pasarse las horas charlando mientras
pronuncias “mas duas” para que te sirvan otra ronda. Estos lugares tienen
nombres como “Imperator”, “Maciera” o “Kutchi-_Kutchi” y suelen tener música
atronando todo el día y algunos también parte de la noche. ¿Qué música suena?
Os preguntaréis. Pues el inevitable “Kuduro”, esa música que es una mezcla de
perreo, rap, ritmos ancestrales todo ello envuelto en un fondo de música
electrónica y algo de salsa y que no solo suena en los bares, sino que está
presente en el aire por toda la ciudad,
suena en las cientos de motocicletas que circulan por las calles, suena en los
móviles los chicos, suena en los mercadillos y en las tiendas de ropa.
Aunque como dije la ciudad parece tranquila y no parece haber delincuencia
cosa de la que los N’dalantinos presumen mucho,
hay tres comisarías de policía además de
multitud de cuerpos policiales con gran diversidad de uniformes, unos
visten de azul oscuro, otros de azul claro, algunos tienen uniformes marrones
claros, los hay que llevan gorra de
plato y otros boina, los tienes que circulan en moto o en coche, hay policía de
finanzas, y de fronteras, de carreteras y sanitaria. Tienes policía local ,
regional y nacional. En fin que raro es el día que al pasear por la ciudad no
te cruzas con un par de decenas de policías. Tiene también la ciudad como
capital de provincia que es su grupo de
agentes secretos, a los que una empresa china, les está haciendo su nueva sede
en una de las calles del centro.
Tiene por fin la ciudad un par de parques no muy grandes pero bonitos y
cuidados, con césped, flores, fuentes y
con grandes y frondosos árboles, que son el refugio ideal para sentarse
bajo su sombra fresca y profunda, y observar el ajetreo diario de la gente, las
risas de los escolares sin dejar de asombrarse de los pollos y gallinas que
sueltos picotean aquí o allá por todo el
parque.
Una curiosidad de N’dalatando es el trafico en sus calles, salvo el intenso
de los camiones que circulan la carretera general y que divide a la ciudad en
dos, a la derecha la parte noble a la izquierda los “bairros”, no es un tráfico
muy denso , ni sufre la ciudad de grandes atascos, más bien al contrario, pero
no eso deja de ser peligroso el cruzar
la calle sin mirar. Antes que nada debemos decir que los vehículos de la ciudad
los podemos dividirlos en dos tipos. Aquellos y son decenas que nos son más que
los restos olvidados, desvencijados y oxidados de alguna guerra pasada y que se
encuentran varados como ballenas en la playa
en cualquier lado, en una esquina, en el hueco entre dos viviendas, en
el patio de una casa, en medio de la calle y luego están los vehículos que
funcionan y que recorren las calles sin preocuparse de pasos de cebra, cedas el
paso o preferencias de marcha y muchos menos de la posibilidad de que se pueda
cruzar un peatón. Estos a su vez también se dividen en dos clases por un lado,
las inmensas camionetas cuatro por cuatro, todas ellas nuevas, de
relucientes y brillantes colores, llenas de cromados que son literalmente las
dueñas de las calles y por otro las
pequeñas y agiles motocicletas que pululan alrededor de las camionetas. Hay
cientos de estos pequeños escúter en los que no es raro ver montados a dos adultos,
dos niños y una caja de cervezas ya
que estas motos cumplen el servicio de
taxis en la ciudad. El principal problema tanto de las motos como de las
camionetas como digo, es que ninguno de los dos vehículos cumple las mínimas
reglas de conducción, con lo cual el peatón tiene que andar avispado a la hora
de cruzar las calles ya que los pasos de
cebra, no son más que meras líneas blancas pintadas en el suelo sin otro fin
que romper la monotonía del asfalto y de paso asustar a los ingenuos que confian en que estando cruzando la calle habiendo dado tiempo a que los vehiculos te vean y se detengan, estos pararan
Continuará…..
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