HISTORIAS DE R (2)




Habíamos estado turisteando por la ciudad, y la señora R. y yo estábamos cansados y sedientos, avanzábamos por la acera charlando mientras de reojo vigilábamos las distintas terrazas en busca de encontrar un hueco en alguna que nos gustase y nos proporcionase sombra.

Al fin la encontramos, una terraza con mesas metálicas con sillas metálicas también a las que les proporcionaba una buena sombra un árbol de anchas hojas y que no estaban no muy cerca del tráfico. Trafico del que además nos separaban un pequeño seto que a la vez nos proporcionaba intimidad.

No habíamos terminado de sentarnos, cuando un camarero se acerco para tomarnos nota.

. ¿Qué desean? – nos dijo mientras nos miraba, y sacaba la libreta para tomar nota de nuestro pedido.

¿Tienes jarras? – pregunte.

Si, me dijo el.

Yo entonces una jarrita de cerveza, le pedí

¿ Y tu R. que quieres? - Dije mirándola.

La señora R. pensó durante un instante y le dijo al camarero.

Tráigame un tinto de verano.

¿Casera o Limón?

La señora R. me miro desconcertada. Aunque es verdad que ya llevaba un mes en España y que empezaba a conocer ciertas costumbres españolas, aún había cosas y preguntes que la dejaban fuera de sitio.

Con casera dije yo al camarero, mientras R. me interrogaba con la mirada.

Como respuesta a su muda pregunta, le indique que el tinto de verano, que recién había descubierto y que se había convertido en su bebida oficial cuando salíamos por ahí, tiene varias formas de preparación y que ella siempre lo pidiese con casera.


Mientras el camarero se añejaba con nuestro pedido. R. se empezó a reír. Ahora era yo la que le miraba intrigado. Con la voz rota por la risa, R. me empezó a contar una de sus historias. Una historias que le habían comentado sus amigas en el ultimo lonche en el que había estado.

Pero antes de proseguir con la historia, permitidme que os ponga en antecedentes. La señora R, como toda buena limeña y mas si provienes de una noble familia norteña que se precie y tenga cierto nivel social, tiene la costumbre de quedar una vez a la semana con sus amigas de toda la vida, y cuando digo de toda la vida me refiero a que algunas son amigas desde el colegio. Como digo, una vez a la semana por la tarde quedan para tomar lo que en Perú llaman un lonchecito y que no es más que la típica reunión de amigas, alrededor de un café y unas pastas o pasteles.


Se suelen reunir en una heladería o cafetería que ya conozcan de centro limeño, aunque tampoco desprecian el ir de exploración a algún local que les hayan recomendado, siempre en grupo y protegiéndose las unas a las otras. Allí, sin la presencia de sus maridos hablan de sus cosas, se ponen al día de sus vidas, se cuentan sus alegrías, sus penas, se cuentan chistes de chistes y como no podía faltar despellejar a la amiga que por lo que fuera no ha podido asistir, en resumen y utilizando un término bien peruano “lorean” toda la tarde. Y es en una de estas reuniones donde surgieron las historias que a continuación os cuento y que R. me contaba mientras tomábamos nuestras bebidas.

Esta historia me dijo le sucedió a S.B. diciéndome el apellido de la protagonista y de esta manera no confundirla con otra amiga suya quien es simplemente S. Un día iban S.B y su marido en el carro, camino de una boda cuando S.B empezó a buscar un pañuelo en la guantera del coche, como en todos los autos del mundo, había papeles, un mapa, repuestos para el coche difíciles de clasificar, y lo que mas le sorprendió, un botecito de vaselina, encontró los pañuelos y escamada no le dijo nada a su marido de su descubrimiento. Cerro el compartimento y siguió hablando, tranquilamente con su marido pero en sus mente las sospechas que albergaba desde hacia algún tiempo se habían materializado y confirmado. Su marido la engañaba y aquel botecito, semioculto y encontrado por casualidad era a prueba. Desde ese momento empezó a planear su venganza.

Pasados unos días ya tenía claro como se vengaría. Fue al mercado y compro un manojo de ajíes, de la variedad más picante que existe en el Perú, y os puedo decir que esa variedad puede estar sin lugar a dudas en el top 3 mundial de picantes. Llego a casa, los lavo, y sin despiparlos, los licuo. Una vez licuados, saco el botecito de vaselina que había tenido la precaución de coger la noche anterior del auto y mezclo su contenido con el ají licuado. Lo movió y removió todo hasta que se mezclo bien y con una espátula relleno de nuevo el botecito. Sin demora lo volvió a dejar en la guantera del automóvil.

A los pocos días, su marido la llamo diciéndola que no la esperase que tenía trabajo y que llegaría a casa tarde. Al oír a su marido al otro lado del teléfono S., B. sonrío y le dijo que no se preocupase que ella se acostaría temprano.

Encendió la televisión y espero. Serian las 10 de la noche cuando recibió una llamada de su marido desde el hospital, rogándola que fuese a recogerle ya que el había tenido un accidente y no podía conducir. S.B. tranquilamente se cerco al hospital, y allí se encontró con su marido. Marido al que de dolor hacia que se le estaban saltando las lágrimas y que estaba siendo tratado de una inflamación en su pene. Un pene que según confeso S.B. a sus amigas después estaba de un color rojo intenso, irritado, lleno de granos grandes como montañas.

Mientras me contaba esto R. no dejaba de reír, yo la mirada entre divertido y sintiendo algo que quizás pudiésemos llamar solidaridad masculina ante el dolor que debía estar pasando ese marido en aquel instante, y sin dejar de reír añadió y la otra, la otra no pudo sentarse en un mes decía mientras seguía partiéndose de risa.

S.B y su marido nunca hablaron de aquel incidente. El nunca volvió a ver la otra, y desde entonces es un marido cariñoso, amable y atento .

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