Buenos Aires (I)
Hace cuatro días que hemos llegado a Buenos aires, hemos venido a ver a Carol, la hermana de Adri que se tiene que hacer unas pruebas médicas y de paso a hacer un poco de turismo. Nos alojamos en la casa que le ha prestado unos amigos de Carol en el barrio de Caballito. Es una casa grande, muy grande y llena de retranqueos. La decoración de la casa no deja lugar a dudas de la ocupación de sus dueños. Se dedican al teatro. Marionetas en un rincón, trajes y restos de decorados en otro, premios teatrales en la biblioteca, la escalera que lleva desde el portal hasta la entrada llena de pequeños y coloridos caballos de juguetes. Pero por si algo destaca la casa es por su azotea donde se podría jugar sin problemas un partido de futbol, mientras se hace el asado en la barbacoa. La casa está muy cerca del parquee Rivadavia, no llega a cinco minutos diríamos en Madrid a cuadra y media dice mi cuñada.
Es un parque mediano, recorrido por una multitud de veredas y caminos, con bancos donde siempre hay alguien sentado leyendo a haciendo punto. donde puedes ver al lado del monumento a Simón Bolivar y dependiendo de las horas a gente haciendo gimnasia o a patinadores haciendo sus cabriolas y trucos, perros corriendo detrás de las pelotas que les lanzan sus dueños, a gente sentada en el césped tomando un mate a la sombra de los gigantescos ombús y claro no pueden faltar los pibes jugando al futbol soñando con llegar a ser algún día Maradona y sobre todo, el parque tiene en su lateral una feria permanente de libros usados y nuevos, donde se pueden encontrar desde revistas antiguas a los últimos “best sellers” tebeos para niños, libros de cocina, de autoayuda, fascículo descatalogados e incluso cintas de casete y Lp’s
Es caballito un barrio de clase media, de calles mayormente tranquilas adornadas con inmensos plátanos que dan una sombre muy agradable en este verano austral, llenas de farmacias, de pequeños cafés, de pequeños locales que venden empandas y en las que puedes ver como las hacen, de panaderías y aquí reconozco que me he enamorado de las panaderías bonaerenses. Me encanta que casi todas las panaderías son obradores y hagan su propio pan y dulces, especialmente esos pequeños bollos suaves y rellenos de crema, sí soy goloso, ideales para un desayuno que llaman facturas. Claro no pueden faltar fruterías, tiendas de productos naturales y cualquier otro t tipo de comercios en los que se vende cualquier cosa a cómodos plazos de 3, 6 o 9 meses sin incremento en el precio y en las cuales sí pagas al contado te hacen un 19% de descuento. Desgraciadamente también tiene su cuota de gente durmiendo en la calle, una triste realidad que se ve por toda la ciudad
Es un barrio de gente amable e incluso me ha dado tiempo a trabar cierta amistad con uno de los chicos de la frutería. Uno de los días mientras pago unos tomates y unos pepinos me dice:
- Español ¿verdad?
- Sí. Imagino que lo dices por el acento.
- Bueno, eso y que ayer dijiste joder mientras comprabais. ¿de dónde sos?
- De Madrid- digo esbozando una sonrisa
- Serás del real, entonces
- Claro – digo con una media sonrisa. De qué equipo se puede ser sino. ¿Tú?
- Yo de boca claro- dice también con una sonrisa y orgullo en sus palabras – Debe estar bien ser de un equipo que gana siempre
- Siempre, siempre no -ádmito-pero la mayoría de las veces sí
- Pero las finales las gana siempre
- Eso sí, estuvimos en la Bombonera ayer. Haciendo el tour
- ¿Te gusto?
- Sí, muy bonito y con mucha historia.
- A mí me gustaría ir a conocer el Bernabéu.
- Seguro que algún día podrás conocerlo.
- ¿Estáis de vacaciones?
- Sí, nos quedamos unos días en casa de mi cuñada.
- Bueno espero que lo pasés bien – me dice mientras me entrega la compra y unos billetes.
- Gracias y yo que puedas ir al Bernabéu - le digo cogiendo la bolsa y la vuelta.
Hemos salido temprano de casa y cogiendo el “subte” nos hemos dirigido a una de las citas médicas de Caro. Tras salir a la calle y andar un centenar de metros entramos en el centro de salud, que si no te fijas en un pequeño cartel pegado al lado de la puerta podría pasar por otro edificio más. Tras enseñar la cita nos dirigimos a la sala de espera, casi no nos hemos terminado de sentar cuando anuncian su nombre por megafonía. Caro y Adri entran a ver al doctor, me quedo esperando fuera mientras las atienden. Veo pacientes y enfermeras que entran y salen de las distintas salas. Me entretengo leyendo los carteles que adornan las paredes. No son muy distintos de los que puedes encontrar en un centro de salud de Madrid. Avisos sobre vacunas, profilaxis varias, consejos sobre tabaquismo, ETS… Afortunadamente y cuando empiezo a quedarme sin carteles que mirar salen de la consulta. Tras las preguntas de rigor ¿qué tal? ¿qué te han dicho? ¿Cuándo hay que volver? salimos a la calle, es casi mediodía. Estamos en pleno barrio de San Telmo y nos dirigimos a un bar cercano para tomar una cerveza. Nos sentamos dentro al lado de la ventana, hace mucho calor para estar fuera en la terraza. El sitio es acogedor con las paredes pintadas de diversos colores y bonitos cuadros en las paredes y por primera vez vemos los famosos pingüinos. Preguntamos a Caro y nos dice que es una popular manera de tomar vino. Un pingüino no es más que una jarra, las hay de varios tamaños, con forma ¡oh sorpresa! de pingüino en la que sirven el vino. Es una de esas cosas que en cuanto las ves, sabes que necesitas en casa sí o sí. Pedimos una cerveza y unos calamares.
Tras acabarnos la cerveza, mejor dicho, las cervezas, y despacharnos los calamares nos dirigimos a hacernos una foto con la más conocida vecina del barrio. No estamos lejos. Cuando llegamos hay una pequeña fila de gente para fotografiarse junto a ella. Hacemos tiempo visitando el portal donde vivió su padre. Al poco es nuestro turno, una persona se ofrece amablemente a hacernos la foto. Nos hacemos varias fotos intercambiándonos los sitios para hacernos cada uno el recuerdo al lado de Mafalda, junto a ella Manolito y Susanita esperan pacientemente a sus visitantes: una pregunta ¿cuál de los entrañables personajes de Quino es vuestro preferido más allá de Mafalda? Os reconozco que tengo debilidad por Felipe, esa mezcla de imaginación, inocencia y desesperanza ante la vida me vuelve loco.
Terminamos nuestra visita por el barrio haciendo una visita al conocido mercado de San Telmo. Reconozco que me llevo una pequeña desilusión, la verdad es que lo están remozando y haciendo de él una versión porteña del turístico mercado de San Miguel en Madrid. Aún quedan algunas pequeñas tiendas de artesanía, fruterías y carnicerías que resisten a los puestos especializados en cervezas belgas, y gofres, vinotecas, tiendas que venden todo tipo de alfajores, parrilladas y ¿tabernas españolas? que invaden todo el espacio. Lo que más me gusta un par de murales que adornan una de las puertas.
Nos acercamos a la plaza de mayo y paramos delante de uno de los muchos puestos que venden flores, nos colocamos en la fila y esperamos nuestro turno. No es que el quiosco sea el de más éxito de la ciudad, sino que además es el cambista de confianza de Carol. Entramos al interior y la puerta se cierra tras nosotros, Es un espacio angosto que apenas permite moverse. Me paro delante de una pared metálica con una ventana enrejada que dispone de un pequeño hueco por donde pasamos el dinero. ¿Cuánto? me pregunta la mujer. Mil le digo. Lo cambio a 1400 me dice. Acepto con un gesto de la cabeza. Al poco oigo el conocido sonido de la máquina de contar billetes. Instantes después empieza a darme fajos y fajos de billetes a través del hueco hecho en la reja. Voy contando los billetes según me los da En total son 1400000 $. Lo escribo en letras que impresiona más Un millón cuatrocientos mil pesos argentinos. Creo que es la primera vez que tengo tanto dinero en el bolsillo El problema es que nos dan cuatrocientos mil pesos en billetes de vente mil y de diez mil y el resto en billetes de mil. Soy incapaz de manejar tal cantidad de papel. Decidimos salir de casa con 140 mil pesos cada día, al cambio unos 100 €. Tengo que hacer dos montones ya que no más de 10 billetes me caben en la cartera, el resto va en el bolsillo más interior de la mochila que siempre llevo conmigo. Buenos Aires no resulta ser nada barata, sus precios son parecidos a Madrid, cuando no más altos. Una comida para los tres de menú del día, un solo plato que suele ser milanesa o raviolis o pasta, cerveza o agua, el vino por copas no me sacia y por botellas se sale del presupuesto, y postre no baja de 50 mil pesos si tiras de carta se acerca mucho a los 80 mil pesos.
¿Cuántas milanesas puede comer un ser humano?, ¿Cuántos raviolis, raviolones y sorrentinos? ¿Cuánto queso se le puede poner a una pizza? ¿Cuántos fernet puede beber sin morir de amargura? ¿El único pescado que hay es salmón ahumado?
Todas estas preguntas y alguna más, se agolpan en mi cabeza cuando reviso por enésima vez la carta del restaurante buscando algo para comer. Llevamos una semana en la ciudad y las milanesas, raviolis, pizzas y pastas son las únicas opciones que ofrecen la mayoría de los bares y restaurantes de la ciudad. Bien es verdad que para los vegetarianos también hay ensaladas. Caro se pide su ya tradicional milanesa, pero la pide a caballo, esto es; lleva patatas fritas, huevo frito y jamón, Adri se antoja de unos raviolenes, ravioles algo más grandes que los normales, de espinacas, yo al final me inclino por unos ravioles de calabaza. Mientras nos preparan los platos damos cuenta de los panecillos y el queso crema que nos han puesto más o menos de cortesía. Para beber pedimos tres copas de vino y una jarra de agua, Lo primero que nos sirven es el filete de Caro, poco después llega nuestra pasta. Todo tiene una pinta inmejorable El camarero nos pregunta si queremos pimienta. Ante nuestra respuesta afirmativa se acerca con un molinillo gigante de madera y espolvorea la pimienta por nuestros platos. De postre una muy rica tarta de queso para compartir.
Nos bajamos del 64 al lado del hospital donde a Caro le están haciendo sus pruebas médicas, pero hoy no toca visitar al especialista y mientras nos alejamos dando la espalda al hospital Caro nos va contando la historia del barrio mientras cruzamos un parque. Vemos gente sentada en los bancos conversando o jugando al ajedrez, al fondo unos chicos juegan al futbol. Nada más cruzarlo acabamos delante del estadio de Boca Juniors el conocido como la Bombonera. Hay cientos de personas la mayor parte de ellas llevan la camiseta seneize. Nos hacemos las fotos de rigor delante de la puerta y debajo del escudo de Boca Junior, compramos entradas para el museo y hacer el recorrido guiado por las instalaciones. El guía es simpático y hace bromas con los equipos de los turistas extranjeros. Todos los argentinos se declaran seguidores de Boca. Después de las bromas y algo más en serio nos cuenta la historia del Boca desde su fundación hasta los días actuales. Nos muestra el único palco cedido a perpetuidad que existe en el estadio y que pertenece a la familia del Diego. ¿Qué Diego? Pues el único, el irrepetible, el pibe que saliendo de un barrio humilde conquisto la cima del mundo, el verdadero dueño de los sueños de una generación, el vengador de una guerra perdida, el artista al que se le perdonaron todos sus excesos. Diego Armando Maradona. Nos cuenta el origen del mote del estadio ya que oficialmente el estadio se llama Alberto J, Armando. El apodo de la Bombonera viene porque en el momento de su construcción parecía una caja de bombones- Igualmente nos comenta que en el comienzo el color del equipo era el blanco, pero como otro equipo tenía el mismo color, lo echaron a suertes y le toca a Boca cambiar de color. Para ello el presidente se fue al puerto y decidió que los colores de la bandera del primer barco que atracase serían los del equipo. Resulto ser un barco sueco y de ahí el azul y amarillo. Esto dice la “historia oficial “que como sabemos no siempre concuerda con la historia real y es que lo que realmente ocurrió y que no te cuentan en la visita es que el otro equipo que vestía de blanco, que casualmente o quizás no era River Plate, ganó, pero no gano un sorteo, sino que venció a Boca en un partido. Y así es como dio comienzo una de las mayores rivalidades que existen el futbol, que ríete tú de un Madrid-Barsa
Después de terminar la visita al estadio aprovechamos y damos un paseo por el barrio de la Boca, andamos hasta la famosa calle Caminito, vemos sus casas pintadas en vivos colores, según cuentan el motivo de esta policromía es que en los principios del barrio sus habitantes, gente sin recursos, aprovechaban las pinturas sobrantes de sus trabajos pintando barcos y obras para repintar sus casas, pasamos delante de restaurantes con la cocina abierta 24 horas y donde se baila tango todo el día. nos paramos y comemos choripán y bebemos cerveza Andes, entramos en los conventillos, antiguas primeras moradas de emigrantes recién llegados y estudiantes y convertidos ahora en pequeños centros comerciales, curioseamos y compramos algún recuerdo. Sí aun nos quedaba alguna duda, los dibujos pinturas y demás que adornan muros y paredes nos los confirman Maradona es Dios y Messi su profeta. Mires donde mires ves una imagen del Diego, lees frases de gente a la que le ha cambiado la vida ver al ídolo, nunca caído, jugar al futbol. A su lado acompañando siempre, pero un escalón por debajo Messi y en tercer lugar cual si una trinidad laica fuese la figura Evita. Salimos de la zona más comercial y gentrificada y echamos un vistazo la otra cara del barrio, las aceras que ya están llenas de turistas sino de baches, con edificios abandonados o a punto de caerse, las luminosas tiendas de recuerdos han sido sustituidas por carnicerías mal iluminadas y bazares de chinos, los tangos en vivo de los restaurantes por niños que juegan en pequeñas piscinas inflables colocadas en pequeñas terrazas. Caminamos por calles y callejas sin glamour hasta llegar de nuevo al rio. Paseamos por la ribera y llegamos a los pies del puente transbordador, reconozco que me fascinan los puentes construidos en hierro y este es espectacular. Poco después, volvemos hacia La Boca, para buscar la parada del “colectivo” que nos lleva cerca de la casa.
Dejamos a nuestra espalda el famoso Obelisco bonaerense y caminamos por la Av. Corrientes. La
avenida esta animadísima, cientos de personas pasean por la acera y por la calzada que en este tramo está cortada para disfrute del peatón. El jolgorio, conversaciones y risas inundan todo el aire. Los teatros se siguen unos a otros sin continuidad, cada uno anunciando obras y montajes distintos. A diferencia de Madrid se ven pocos musicales y sí una programación más diversa. En el suelo grabados en el cemento los nombres de estrellas rutilantes del arte argentino, desde lo más conocidos por mí como Carlos Gardel o Ricardo Darin a otros que es la primera vez que veo como la China Zorilla, actriz o el cantautor Facundo Cabral, del que no conocía su nombre, pero sí su mayor éxito la canción “No soy de aquí ni soy de allá”. Entre teatro y teatro aparecen pequeñas librerías y cafés. Nos estamos dirigiendo al teatro Metropolitan. Hemos tenido la suerte de sacar entradas para asistir a la representación de la Habitación de Macbeth, como su nombre indica es la conocida historia de Macbeth su ascensión y caída, en principio parece otro Macbeth más pero la peculiaridad de la obra reside en que todos los personajes que aparecen en el escenario desde las tres brujas, el propio Macbeth, su compañero Baqueo, Lady Macbeth, a el rey Duncan, son interpretados por un solo actor, el inmenso Pompeyo Audivert, que en un extenuante trabajo de hora y algo y sólo cambiado la inflexión de la voz , la postura del cuerpo y los gestualidad de las manos , es capaz de dar vida a un personaje u otro. Su único apoyo es la música realizada por un chelo que desde un rincón acompaña perfectamente la acción. No ha terminado casi la obra cuando la gente puesta en pie, me incluyo, rompe a aplaudir. Los aplausos obligan al actor a saludar 4 veces. Poco a poco los aplausos se apagan y vamos abandonando el patio de butacas. Nos perdemos en la marabunta de gente que salen de los distintos teatros y hambrientos se dirigen hacia los restaurantes abiertos para comer una pizza. El bullicio sigue inundándolo todo. Los dos sitios con más fama a los que nos lleva Caro, la pizzería Guerrin y el café Potosí están llenos y con cola para entrar, por lo que acabamos entrando en la tercera de nuestras opciones la pizzería Kentucky, nada que ver con los otros dos lugares, pero al menos hay una mesa donde podemos sentarnos. Tras la pizza y unos refrescos y nada más salir a la calle nos cruzamos con el actor que ya duchado y cambiado se dirige caminando y anónimo a su casa, estoy por acercarme y agradecerle el espectáculo que nos ha brindado, pero me da corte y le dejo ir sin molestarle.
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