Buenos Aires II

 

Hemos cogido el bus turístico para hacernos una idea de aquellos lugares a los que no tenemos pensado ir. Vamos en la parte de arriba, en la zona cubierta y con aíra acondicionado. Las ramas de los árboles, rozan la cubierta encima de nuestras cabezas. Por los auriculares nos cuentan la gran historia y también los pequeños chismes que conforman la historia de la ciudad desde su fundación en el siglo XVI hasta ahora. Mientras avanzamos por las calles con edificios históricos o en la que se produjeron momentos reseñables, urdimos un pequeño plan. Nos vamos a bajar en la parada que hay después del momento a Colón y enfrente del aeroparque. Somos los únicos que nos bajamos en esta parada. Pero nuestra intención no es ver ni el monumento ni sentarnos como hacen las familias porteñas a ver despegar y aterrizar aviones sino acercarnos al Parque de la Memoria. 

 


Es una tarde de febrero en pleno verano austral y además en plena ola de calor. No hay una sola nube en el cielo, tampoco un solo pájaro volando. No corre ni la más ligera brisa. Su cercanía al Rio de la Plata, estamos a escasos 50 metros de la orilla, no ayuda a aliviar el calor, sino todo lo contario. Hace un calor sofocante y húmedo y, aun así, queremos visitar el parque. Es un espacio grande con césped reseco y esculturas esparcidas por todo el espacio. Hay 10 obras realizadas en hierro, acero, piedra donadas por artistas que hacen referencia a las torturas, desapariciones y los derechos humanos. Pese al calor las vemos todas. Sudo bastante. Aprovecho la rala sombra de un arbolillo para recuperarme un poco. El silencio es el propio de una tarde tan calurosa. Me acerco al muro y me detengo a leer en silencio los nombres de los detenidos y desaparecidos durante los años de la dictadura militar. Me sorprende ver como familias completas, padres e hijos, desaparecieron en las mismas fechas. Son cosas que, aunque las conozcas, por lo menos a mí, me siguen impresionando y en cierta medida me causan dolor. Estas columnas interminables de nombres desmienten el axioma que dice que una imagen vale más que mil palabras. Aquí cada nombre son treinta mil imágenes. Es como si ver esos nombres les dotase de nuevo de una corporalidad ya perdida y sus secuestros, torturas, vejaciones y desapariciones volviesen dolorosamente de nuevo como carga acusatoria contra sus ejecutores.  Leo en alto alguno de los nombres a modo de exorcismo. Termino de dar la vuelta al monumento y miro el rio de la plata, tan ancho como un mar. Me reconforta ver sus aguas y serenan en cierto modo mi alma. Camino por el césped y veo como los pájaros se refrescan bajo el chorro de los aspersores que a esas horas están funcionando. Adri y Carol terminan imitando a las aves y acaban ellas también empapadas metiéndose bajo el chorro de agua.

Hemos pasado una velada muy agradable en la azota de la casa, disfrutando del frescor veraniego de la noche porteña, jugando con la gata de Carol y charlando mientras tomamos una cerveza y una ensalada de tomate y atún. Estoy empezando a lavar los platos cuando me comienzo a sentir mal. Rápidamente voy al baño y vómito, dos horas después sigo vomitando ya ni siquiera tengo bilis. Las arcadas y las ganas de vomitar me acompañan toda la noche. En un momento noto un dolor intenso en el costado, no sé si se me puso al principio, durante los vómitos o ahora mismo, pero no me deja descansar. Duele de verdad. Son las siete de la mañana y el dolor no remite por lo que decidimos ir al hospital, Carol la hermana de Adri, mira cual es el más cercano. Llamamos un taxi y poco después estamos entrando por la puerta de urgencias. Nos acercamos a admisión, me piden el pasaporte y me dicen que me siente y espere a que me llamen. Unos ¾ de hora después oigo mi nombre y la consulta. Al entrar una doctora me pregunta que me pasa, tras mi explicación me hace una inspección de la barriga presionando donde le digo que me duele y buscando inflamaciones, me dice que no tengo nada, pero que de todos modos van a hacerme una ecografía para descartar cualquier problema. Vuelvo a mi asiento Carol y Adri me preguntan que me ha dicho, les comento que de momento todo bien pero que van a hacerme una ecografía. Muy poco después me vuelven a llamar y entro en otra sala donde otra doctora me hace tumbarme en una camilla, me extiende un gel y me hace la eco. Descarta cualquier problema de cálculos. Me dice que todo está bien y que en unos minutos me llamara la primera doctora para darme el diagnostico. No me da tiempo a sentarme cuando mi nombre vuelve a sonar por megafonía, entro en la habitación del principio donde está la primera doctora examinando los resultados de la ecografía. Me confirma que no es nada relevante, que ha podido ser un corte de digestión, un golpe de calor … le pido por favor que me dé algo para el dolor, en respuesta me pone una inyección, mientras me da el tratamiento, no comer nada durante las 24 horas siguientes y que beba bebidas isotónicas. El dolor remite, pero sordamente me acompañará durante las semanas siguientes y la dieta total la sigo durante 4 días más. No solo es falta de apetito es que solo con ver comida me produce nauseas. Después de una semana tomando las bebidas recomendadas y aunque he ido cambiando de sabor juro no volver a beber ninguna otra bebida de ese tipo durante lo que me queda de vida. Y lo más importante de este “turismo hospitalario” es que no me cobraron nada, Sanidad publica universal y gratuita.

La línea está jalonada de pasos a nivel, en cada uno de ellos hay un guardabarrera generalmente una mujer que es la encargadade bajar y subir la barrera o en su defecto hacer que coches y peatones se detengan al paso del convoy.  La megafonía del tren va anunciando con su voz monocorde las estaciones y apeaderos del recorrido … Rivadavia, Vicente Lopez, Olivos …. Villereyes, San Fernando, Carupá y por fin cincuenta minutos después de salir de la estación de Retiro de Buenos Aires llegamos a nuestro destino la ciudad de Tigre. Aunque durante el trayecto el trasiego de personas en las distintas paradas ha sido notable, aquí quizás por ser fin de línea no nos bajamos más de 10 personas. Es la estación de Tigre una preciosidad, construida totalmente en madera, con plantas naturales por el amplio vestíbulo, dotada de amplios ventanales que permiten que entre la luz natural y un precioso mural realizado con azulejos.  Antes de salir voy al baño y me lavo las manos y la cara, hace calor, mucho calor. Nos ponemos crema protectora para el sol y repelente anti mosquitos, aunque siempre he pensado que esto último más que ahuyentar a los zancudos, como llaman a los mosquitos por aquí, hace que te ataquen con más saña.

Salimos a la calle y lo primero que hacemos es asegurarnos de que muelle sale el barco de vuelta a Buenas Aires- Después tranquilamente nos dirigimos al museo de arte la ciudad- Paseamos por la ribera del rio, por el que pasan las embarcaciones, que como autobuses marítimos, unen Argentina y Uruguay. En la otra orilla, se ven casonas de campo estilo inglés. En nuestro caminar pasamos por delante de las sedes de los distintos clubes de remo que hay en la ciudad. Es un paseo bonito arbolado, con algunas terrazas de los restaurantes y bares en las que hay gente sentada disfrutando de su comida a la agradable sombre que proporcionan los árboles. De vez en cuando hay monumentos que honran a los muertos de la armada Argentina en la guerra de las Malvinas.   

 El museo de arte de Tigre es un edificio grande de tres plantas de altura, construido en estilo afrancesado o neoclásico lleno de terrazas y balaustradas que llegan hasta la orilla del rio y rematado por un templete, pero cuando lléganos resulta que está cerrado por reformas.  Así que decidimos pasear un poco por los cuidados jardines del mismo y volver para tomar una cerveza antes de nuestra partida. Son las tres de la tarde y el sol aprieta de lo lindo y nos obliga a ir más despacio y hacer un par de paradas en la sombra para respirar y recuperar fuerzas. Cuando llegamos de nuevo a los muelles es casi la hora de salida de nuestro barco, así que nos tomamos un sándwich y una cerveza rápida y nos ponemos en la cola de embarque.

Nos sentamos en la cubierta más alta del barco y al poco comenzamos nuestro viaje de regreso a través en principio del rio Paraná. Hay multitud de pequeñas islas donde se ven desde lujosas casas con cuidados jardines a otras muchísimo más modestas y algunas en que las hierbas han devorado las construcciones. Pasamos por delante de zonas industriales, llenas de almacenes y productos que son cargado en camiones, también hay un parque de atracciones con su noria y montaña rusa correspondiente. El barco se introduce ahora por un canal que desemboca en el rio Lujan, el rio se abre en multitud de brazos cubiertos de vegetación que les dan un aspecto poco acogedor, en las orillas no dejan de verse sobretodo casas, pero también algún colegio y pequeños hoteles. Uno de los edificios está protegido por una urna de cristal. Resulta, ser los restos de la casa de del presidente Sarmiento, que gobernó la Argentina en algún momento del siglo XIX y que es recordado por todos los argentinos por ser el que introdujo la escuela pública y obligatoria y por otro lado es recordado por todas las personas alérgicas por ser quien introdujo los plátanos en el país. Las casas y construcciones en las orillas de hace unos minutos han dejado paso a un paisaje de pastos donde se ven caballos y bosques donde el follaje impide ver más allá de la primera línea de árboles. Todo se mezcla los reflejos dorados del rio, el azul del cielo el verde de los campos para formar un paisaje que debería ser pintado por un impresionista. Al poco dejamos el rio Lujan y nos introducimos en el rio de la plata. Disfrutamos de la brisa en el rostro, el rio se ensancha y perdemos de vista una de sus orillas. en el horizonte comienzan a aparecer las figuras de los edificios de Buenos aires, poco a poco los edificios se van agrandando y multiplicando hasta ocupar toda la orilla. La otra orilla, la uruguaya solo es una fina línea difícil de vislumbrar. Con dos potentes bocinazos el barco termina de atracar en el muelle. Despacio pasamos por la pasarela y subimos hasta el muelle. Estamos en pleno puerto madero.  La zona desprende aroma a lujo y dinero, de una orilla del rio altos edificios de oficinas y departamentos, de nuestro lado restaurantes y bares paseamos entre ellos buscando donde cenar. Miramos cartas y discutimos las distintos platos y opciones. Poco después estamos sentados en una terraza rodeados de muselinas y disfrutando de un coctel de bienvenida.

Uno de los objetivos de este viaje es visitar la ESMA, la tenebrosa Escuela de Mecánica de la Armada que durante la dictadura se convirtió en un centro de detención clandestino y de tortura y hoy convertido en el espacio de memoría y de los derechos humanos. Desde donde estamos alojados necesitamos coger un par de colectivos para llegar, es un viaje largo, pero que nos permite ver partes de la ciudad que no vamos a visitar. Después de más o menos una hora al fin llegamos a nuestra parada. Nos bajamos y caminamos hacia la puerta. Desde fuera los edificios no muy altos y rodeados de jardines trasmiten una sensación de tranquilidad y seguridad. Nos asombra la cantidad de adolescentes que están sentados en la acera, apoyados en la valla que están haciendo cola. Llevan ropas holgadas, gorras con las letras MJ impresas en su frente. Vemos también que han colgado banderas y carteles de las rejas con las mismas letras. Preguntamos a un grupo de las chicas que sentadas en el suelo están comiendo unos sándwiches.  Es que hoy hay un concierto de Milo J. Es un rapero. Sí en la ESMA. Llevamos desde las seis de la mañana aquí sentadas. Nos turnamos para ir al baño a la estación de servicio que está enfrente. Mientras buscamos en el móvil alguna canción del rapero observamos la inusitada cantidad de coches y furgones policiales que hay estacionados en los alrededores. Cuando llegamos a la puerta principal una mujer con el uniforme de la armada argentina, nos indica que hoy el museo está cerrado porque hay un concierto. Un poco desilusionados nos alejamos mientras seguimos viendo llegar a grupos de adolescentes excitados por lo que están a punto de presenciar. Antes de cruzar la calle vemos como llegan varios furgones más de la policía naval con sus luces destellantes encendidas y aparcan en los alrededores. Armamos un plan alternativo y Caro nos comenta que no estamos muy lejos del barrio chino. Así que cogiendo otro colectivo nos dirigimos al barrio chino. El autobús nos deja justo frente a la enorme puerta con forma de pagoda, dragones orientales y caracteres chinos que es el comienzo del barrio. La calle está llena de gente, matrimonios con hijos pequeños, pandillas de jóvenes, parejas de enamorados y claro turistas. Vemos restaurantes y tiendas de productos orientales, hay pequeños comercios especializados en chucherías y dulces chinos Buscamos algún restaurante que nos llame la atención para cumplir uno de los rituales que Adri y yo hacemos siempre en nuestros viajes y es comer en un restaurante chino. Después de vagar un poco nos decidimos y entramos en uno de ellos. Mientras esperamos, nos comemos las pequeñas galletas de la fortuna que hay como cortesía. Me sale la frase “detente y huele las flores”, lástima que las flores del local sean de plástico. Nos decidimos y pedimos sopa, fideos con verduras y cerdo agridulce, cerveza y agua. Vale no somos muy originales, pero cumplimos nuestro objetivo. Mientras comemos nos enteremos que el concierto de Milo J, ha sido suspendido. EL gobierno alega que no se cumplen las necesarias medidas de seguridad y que no se pude hacer política en un espacio nacional, el cantante contesta que en la noche anterior les dieron el OK y lo que realmente ocurre es que el gobierno de Milei presentó papeles falsos y no les gusta que 20000 personas se junten en un espacio de la Memoria, varias organizaciones de derechos humanos argentinas denuncian que lo ocurrido es un acto de censura. 

 Nos acercamos a la plaza curioseando entre los puestecillos improvisados que venden camisetas, gorras, banderines, chapas, pegatinas…. Hay bastante gente en la plaza. Gente   que se nota nerviosa, expectante, hablan a gritos. Sin aviso una furgoneta blanca se abre paso hacia el centro de la plaza y el maestro de ceremonias anuncia que está llegando, La gente se arremolina alrededor de la camioneta, grita y aplaude y jalea como si la persona que está llegando fuera una gran estrella del cine, una famosa cantante o quizás una santa. Pero no la persona que baja del asiento delantero, es una mujer mayor, menuda, con pinta de cansada, lo único que la identifica es el pañuelo blanco que lleva anudado a la cabeza. Es una de las abuelas de la plaza de mayo y es digamos que la abuela que le ha tocado acompañar a los manifestantes que todos los jueves, sin falta, se reúnen en la plaza de mayo para reclamar la devolución de los hijos y nietos robados durante la dictadura militar. Ya no viene todas por un lado son muy mayores y están cansadas y enfermas y además por motivos biológicos cada vez quedan menos por lo que solo viene una de ellas cada vez. La gente se arrima y la toca, gritan su nombre, ella se dirige al puesto que está en medio de la plaza y refugiándose del sol bajo el toldo blanco coge el micrófono para dar un breve discurso, donde aboga por seguir la lucha hasta que cada niño robado sea devuelto a su familia. Al terminar lentamente se dirige al centro dela plaza, y comienza el ritual de manifestarse dando vueltas, rondas lo llaman alrededor de la Pirámide de Mayo. La gente se anuda un pañuelo blanco en la cabeza y la sigue, nos unimos y gritan gritamos reclamando la vuelta de los desaparecidos. Diez minutos después la anciana sube de nuevo en la camioneta y desaparece entre el trafico bonaerense.  Nos acercamos a la Casa Rosada, Caro nos saca del error, ya que pensábamos que el presidente de Argentina vive ahí, Resulta que no. Nos dice que desde 1918 la casa presidencial está en la quinta presidencial de los Olivos, a la Casa Rosada soló va a trabajar y despachar asuntos de estado. Nos paramos delante de la pirámide de mayo, enfrente de las puertas de la Casa Rosada, a los pies del monumento cientos de piedras y ofrendas, recuerdan a los muertos en la pandemia.

 



Hemos vuelto de pasar unos días en le región de Córdoba y estamos agotando nuestros días en Buenos Aires. Por motivos que no vienen al caso, nos alojamos en el barrio de Palermo. Es un barrio muy parecido a Malasaña. Bares de diseño, tiendas que no se sabe muy bien que venden, librerías y sobre todo turistas o residentes extranjeros. Se oye más el inglés que el acento porteño.  Es nuestra última mañana antes de volar a Madrid, Adri y Caro se han ido a la última visita médica a la que podemos acompañarla, yo me he quedado en la casa, terminando de hacer las maletas, recoger cosas y limpiando la casa. Cuando termino salgo a desayunar. Busco un bar normal, no quiero más huevos benedictine sobre tostadas de pan de centeno y pasas con aguacate y café macchiato servido en tazas transparentes. Me cobran 9000 pesos por un café con leche, una media luna pequeña y un vaso más pequeño aun de zumo de naranja.  Me siento estafado. Para calmarme me acerco a una librería, rebusco entre los libros, leo la contraportada buscando que una historia me enganche, abro algunos al azar y los huelo, siempre me ha parecido de las cosas más sensuales que existen. Acaricio alguno de ellos me gusta sentir bajo las yemas de mis dedos el tacto suave, pero a la vez algo rugoso de las hojas. Alguien me dijo alguna vez que los libros físicos estaban condenados a la extinción, que lo suyo son los e-book, donde puedes llevar 1000 libros- Estaría bien eso si es que hubiese mil libros dignos de leerse. Pido ayuda a la librera. Busco libros de autores argentinos que no pueda encontrar en Madrid. La mujer sube a una escalera y rebusca entre los anaqueles. Viene con seis o siete libros. Tras mirarlos me decido por tres. Pongo los libros arriba de la ropa y cierro la maleta.



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