CHINCHA



Por suerte, nunca he sufrido un terremoto. Lo mas, algún pequeño temblor un 2 o un 3 en la escala de Richter y del que me enteraba al día siguiente viendo una pequeña noticia, que aparecía casi como curiosidad en el periódico. Así que nunca he sentido como el suelo se mueve bajo mis pies, ni he visto agrietarse las paredes de mi casa. Tampoco he sentido la necesidad de salir corriendo a la calle, por que el techo de mi casa se me cae encima. No he visto las imágenes de mi ciudad asolada, sus edificios representativos por el suelo, ni los cadáveres de mis vecinos, o el mio, si esto fuera posible, sepultados bajo toneladas de cascotes. Reconozco que como en tantas otras cosas tengo suerte, Madrid esta situada en una zona geológicamente tranquila y donde no se esperan terremotos de ninguna magnitud peligrosa en los próximos 4 millones de años.

Era el 29 de diciembre y estábamos cansados, no habíamos salido de Lima en 20 días, solo un par de días a la playa y la verdad empezábamos a estar cansados de estar siempre con la familia. Decidimos hacer una pequeña excursión los dos solos, que tendría como fecha de vuelta el día 31, día en el que habíamos quedado con los amigos para celebrar en una fiesta, el nacimiento del nuevo año, por lo tanto debería ser un destino cercano, a no mas de 4 o 5 horas de la ciudad.

Nos dirigimos entonces a la estación, Terminal o como queráis llamarlo, todo salvo terrapuerto, de Soyuz, y compramos un par de billetes para la ciudad de Chincha. Ambos teníamos curiosidad por ver como estaba funcionando el programa de reconstrucción tras el terremoto que había asolado la zona 1 año y medio atrás. Además teníamos a una amiga encargada de uno de los equipos de reconstrucción y aunque la veríamos 2 días después nos apetecía charlar con ella.

El viaje fue placido, con las paradas normales donde subía y bajaba gente, siempre mas en aquellas que corresponden con alguna playa o destino turístico. Según avanzábamos hacia el sur y nos acercábamos a nuestro destino, los efectos del terremoto eran más notables, en los pequeños pueblitos que jalonan el recorrido.

Por fin llegamos a la capital de la negritud del Perú, Chincha, y dimos una vuelta por la ciudad. Reconozco que no se que es lo que esperaba, pero seguro que no es lo que vi, casas derruidas, calles con los cascotes aún sin retirar, gente viviendo en tiendas de campaña en improvisados campamentos, vecinos que se habían unido para hacer ollas comunales y poder comer, y solo un atisbo de las de obras de la reconstrucción prometida. Por otro lado la ciudad como siempre bullía de vida, aunque causaba estupor ir a la place principal y ver la torre de la catedral toda agrietada y la mitad de los comercios de la plaza derruidos y las palmeras rotas y desmochadas. Y esto en la capital, que en los pueblos pequeños de la zona la realidad aún era peor. Recuerdo como imagen que se me ha quedado grabada la iglesia de San Jose con su campanario partido por la mitad y los cascotes aun a las puertas de la iglesia. En multitud de pueblos aún seguían las escavadoras y tractores retirando los cascotes de las casas, sus moradores viviendo bajo carpas donadas por la ayuda internacional y la reconstrucción nos decían empezara en unos meses. Pero también recuerdo como digo como la gente luchaba por salir adelante. Recuerdo la visita a la turística hacienda de San Jose, y donde tras un recorrido por la misma, con sus hermosas dependencias totalmente destruidas, nos tomábamos un contundente manchapechos, el dueño nos contaba que ya habían empezado las obras de reconstrucción y restauración, para como mucho en el plazo de un año volver a ser el hotel de referencia de la zona, pero que de momento se limitaban a servir comidas, como la que disfrutábamos en aquel momento.

Este era un mensaje que se repetía sin cesar, daba igual que estuvieses en una cata de vinos, en cualquiera de las bodegas que hay por la zona como con el dueño de un pequeño abarrotes *, destruido y que ahora vendía su mercancía en un carrito delante de su tienda destrozada y que no se movía de allí por miedo a que le saqueasen los restos de su tienda. Todos estaban trabajando para que su negocio volviese a salir a flote

Para terminar el mismo día 31 por la mañana y antes de volver hacia Lima, acabamos por medio del taxista que nos llevaba de un lado a otro, en un pequeño pueblo, lo siento no recuerdo el nombre, en una pequeña casa, con sus muros de adobe derruidos y cubiertos por unos plásticos azules, sentados bajo un emparrado y haciendo una cata de cachina, una especie de mosto, en sus tres variantes que nos dejo el cuerpo mas que dispuesto para comenzar la fiesta y si no que se lo digan a los dos hombres ya mayores que, sentados enfrente nuestro y con una garrafa de unos 5 litros ya mediada, habían comenzado la celebración del nuevo año. Estoy seguro que no llegaron a las campanadas

Abarrotes: Colmado, ultramarinos

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