VIERNES
Justo antes y para asegurarme miro la
pagina web de la agencia estatal de meteorología (aemet). Para la tarde dan
riego del lluvia del 20% y mayoría de cielos despejados. Miro por la
ventana y efectivamente, el cielo azul se empezaba a imponer sobre las
nubes, así que aunque no las tenía todas conmigo decido colgar la ropa
fuera, en las cuerdas, en lugar de colgarla en el tendedero extensible, dentro
de casa, en el cuarto chico. Hace un ligero airecillo así que pienso,
mientras sujeto unos pantalones con las pinzas a la cuerda, que se va a secar
rápido. Después de colgar la ropa, me doy una ducha, me pongo algo de colonia y
comienzo a vestirme.
Cuando salgo de casa, en el cielo sigue
desarrollándose una lucha entre las negras nubes y los claros que
muestran un maravilloso azul. En la parada del bus, sigo mirando con algo
de aprensión el cielo. Al subirme y durante el breve trayecto, la batalla
parece decidida y los nubarrones van ganando cada vez más espacio. Cuando llego
a Goya, el vencedor está claro. El cielo esta de un color gris negruzco, y
decir que las nubes amenazan lluvia es quedarse corto. Cruzo la calle y
me pongo a esperar el autobús 146, que me llevará hasta la plaza del Callao. En
la parada unas gotas, por su hubiese quedado alguna duda, anuncian el vencedor
definitivo. No dejo de pensar en mi ropa colgada, me consuelo pensando que
quizás en mi barrio, al estar un poco alejado del centro no han llegado las
nubes.
El autobús para y abre sus puertas justo delante
mío, subo y valido mi tarjeta de transporte. Es una autobús nuevo, en el suelo
pintadas de color amarillo y con dibujos alegóricos están señalizadas las zonas
destinadas a los carritos de bebe, los carros de la compra, y las sillas
de ruedas. A intervalos regulares en la estructura del autobús, sobresalen los
enchufes para cargar el móvil, la tableta o el portátil. La pantalla de
indicación de las paradas, donde hasta ahora se anunciaban las paradas con un
cartel luminoso, es ahora una pantalla plana bastante grande a todo
color, donde se va mostrando todo el recorrido. Miro por las ventanas, y las
gotas se han convertido en una ligera pero persistente lluvia. Me doy definitivamente
por derrotado y sé que mi ropa se estará empapando. Me fijo en los otros
pasajeros, un par de jóvenes que van escuchando música y perdidos en su mundo,
un nutrido grupo de ancianos que juntos se dirigen al teatro y que no
dejan de reírse y hablar unos con otros. No sé si nadie se ha fijado o es que a
nadie le importa, pero lo que más se parece a un grupo de adolescentes en el
transporte público - bullicio, risas, bromas cruzadas, ocupación del espacio
como si fuera su casa - es un grupo de ancianos que salen a divertirse. En la
plataforma central de pie hay un matrimonio con su hija preadolescente. Van
señalando los distintos monumentos, mirando los edificios y la
mujer no deja de mirar hacia las alturas mientras avanzamos por la calle
Gran Vía. No dudo en catalogarlos como turistas, se bajan en un parada un poco
antes del final del trayecto. Les sigo un momento con la mirada antes de que se
pierden entre la gente que a esas horas abarrota las aceras.
Una vez en Callao, busco un sitio para guarecerme
de la lluvia y resguardarme del frio viento que hace a esas horas, mientras
espero a mis amigos. Al poco les veo llegar y les hago un gesto con la mano.
Nos saludamos, con ella dos besos con él, no le gustan los besos,
un apretón de manos. Rápidamente nos ponemos al día, y les comento el
motivo por el que A. no me acompaña. Desandando el camino realizado un rato
antes con el autobús nos dirigimos a tomar un vino antes de cenar. Hacemos una
parada en una taberna de la calle Hortaleza, en la que me gusta parar cuando
estoy por la zona debido a su carta de vinos. Entramos, el local está lleno,
avanzamos al fondo y justo vemos una pareja que se está levantando para irse.
Inmediatamente tomamos posesión del espacio. Pedimos una botella de vino tinto.
Mientras degustamos el vino, un buen Ribera, hablamos de nuestras cosas. Por el
gran ventanal del local observamos la calle, la gente avanzando presurosa con
los paraguas abiertos, las luces de los semáforos que se reflejan el suelo
mojado, los charcos que se forman en los desniveles de la calle. Hacemos
tiempo hasta la hora de la reserva. Cuando salimos de camino al restaurante, la
lluvia a parado un poco y casi es agradable sentir la ligera humedad en el
rostro después del gentío y el sofoco del bar. Hace rato que ya no pienso en mi
ropa colgada. La cena es cocina mediterránea, pero pasada por el tamiz de la
modernidad. Un pulpo a feira, donde las patatas se han convertido en una crema,
en la cual se hunde el pulpo, unas croquetas que se llaman de cocido, un
bacalao hecho a la plancha con verduras, bastante rico.
Terminamos y llega el momento difícil de la
noche, decidir dónde vamos a tomar una copa. Pienso en el “Costello”, en la
cercana calle de Caballero de Gracia pero mis amigos son de algo más
tranquilo, además de que nos apetece charlar. Nos dirigimos a la cercana zona
de chueca. El primer local al que intentamos acceder, “Libertad 8”, está
lleno de gente, no cabe un alfiler, imagino que debe haber alguna de las
actuaciones o representaciones que siempre hay en ese sitio. No pasa nada,
si algo hay en Madrid son locales, nos dirigimos de nuevo a la calle Infantas,
dirigimos nuestros pasos al “Underwood” un local que me gusta especialmente,
cuando llegamos el sitio ya no existe, ahora es un salón de belleza, así que
sin pensarlo más, cruzamos la acera y nos introducimos en el “Angel
Azul” , hace bastante que no entraba en este garito, y por lo que parece ya no
dan comidas sofisticadas y ahora solo sirven copas, mis amigos piden unos
mojitos, les acompaño pero con una caipirinha. Mientras esperamos las copas,
nos sorprende el comienzo de una actuación. El espectáculo lo lleva una drag
que se hace llamar Pikara Winehouse. Realmente el espectáculo no vale mucho
aunque reconozco que nos reímos con alguno de los chistes, y sobre todo cuando
somos requeridos, ¿cómo podía ser de otra forma?, para ser parte de la
actuación. Y aunque nuestras dotes actorales son más bien escasas, creo que
salimos más que airosos. Cuando el espectáculo termina son cerca de las 2 y
media de la mañana. Pagamos las consumiciones y salimos a la calle, andando tranquilamente,
ya sin lluvia, nos dirigimos a Cibeles a coger nuestros respectivos búhos. Al
llegar a la plaza nos despedimos, como siempre ocurre en estos momentos, con
algo de prisa temiendo perder nuestros autobuses y tener que esperar los veinte
minutos mínimos de espera.
Afortunadamente el autobús, no tarda mucho en
aparecer. No se llena ni muchos menos y curiosamente no solo no vamos muchos
pasajeros, es que además casi todos vamos hacia el final del recorrido, con lo
que el bus no hace muchas paradas intermedias y el trayecto no se hace
insufriblemente largo. Cuando me quiero dar cuenta, y aquí creo que me quede
dormido en algún momento, estoy en mi barrio. Al salir del bus, veo que el
suelo esta húmedo, al llegar a casa me
asomo a la ventana y compruebo la ropa colgada, esta empapada. La dejo al
fresco de la noche. Espero que para mañana por la tarde esté seca. Con ese
pensamiento en mente me quedo dormido
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