COFRADÍAS
Es el día que da comienzo
al Ramadán y hemos quedado con Mounseff en la puerta de la muralla que da al
mercado. Caminamos despacio ya que las calles de la medina están llenas de
gente y es difícil avanzar. Al llegar a la puerta, Mounseff ya está allí, como
siempre con su sempiterno cigarrillo de marihuana colgado de los labios, nos
hace un gesto con la mano y nos acercamos. Nos pegamos a un lado del muro para
dejar pasar a la riada de gente que no deja de pasar por la gran puerta y así poder charlar con tranquilidad.
- - Buenas
tardes, le saludamos
- - Hola,
buenas tardes, nos dice, he conseguido, que os acepten en la fiesta de mi “Gnawa”,
de mi cofradía. He estado hablando con ellos y al final no he tenido más
remedio que pagar para que os dejen entran
- - Gracias,
le contestamos, cuanto te debemos
- - De
nada, nos responde, mientras hace un gesto con la mano, indicándonos que nos
olvidemos del dinero.
- - Como
esta todo de gente ¿no?. Le pregunta Gloria
- - Sí,
dice mientras da una ligera calada a su cigarro, hoy es una gran fiesta. es
parecido a vuestras procesiones de Semana Santa
Al poco de la calle que
sale de la medina y se introduce en la parte nueva de la ciudad nos comienza a
llegar un sonido. Al principio solo es como un rumor y va creciendo para acabar
llenando todo el ambiente, impidiendo la conversación .Se oyen crótalos,
“bendir” o panderetas, “darbuka” o yembés, “Riq” o grandes panderos y el sonido
de las “zurnas” que asemeja a la de las dulzainas. Al poco vemos al grupo de
músicos, no más de seis, seguidos de un
gentío que va tocando las palmas. Mounseff nos indica que esa es su cofradía y
que debemos unirnos al grupo. Aprovechando un hueco en el rio de gente nos
unimos a la marcha. Empezamos nosotros también a acompañar el sonido de los
músicos dando palmas. El ambiente es festivo, nada solemne, no tiene nada que
ver con una procesión cristiana. En la multitud se mezclan ancianos que van
danzando, mujeres que de vez en cuando van soltando largos gritos, niños que
corretean incansables, familias cogidas de la mano, hay también algunos
occidentales como nosotros. Se respira alegría, la gente se para en las múltiples
pastelerías y compran dulces típicos que
reparten entre las personas que se encuentran cerca también se comparten
las bebidas. Los músicos que llevan los pequeños yembés, sin parar de andar, los
lanzan al aire y cuando los recogen siguen tocando como si nada. Entre la
gente, circulan vendedores de globos, de juguetes, de almendras garrapiñadas.
Muchos hombres van fumando cigarrillos de marihuana, quizás eso ayuda a que
todo el mundo sea amable, ría y parezca feliz.
Recorremos las calles de la
medina, la gente mira el festejo desde los balcones de sus casas y aplaude. Al
llegar a una plazuela, la música repentinamente cesa. Se oyen risas, palabras, el
griterío comienza a disminuir y todo comienza a tranquilizarse, la gente
empieza a irse a sus casas. No quedan muchas personas en la plaza cuando vemos
aparecer de nuevo a Mounseff al que habíamos perdido al principio, cuando nos
uninos a la firesta
-
- Venir
conmigo, nos dice, ahora tenemos que ir a la casa
Felices le seguimos, no
andamos mucho cuando llegamos a una casa encalada y con la puerta pintada de azul,
Mounseff llama a la puerta y después de
unos instantes esta se abre. Nuestro amigo habla con alguien, nos dejan pasar
al interior. Ante nosotros se abre un pequeño patio cerrado, de blancas paredes,
con el suelo cubierto de pequeñas piedrecillas, y justo en medio del patio hay un
gran árbol que se asoma al exterior por medio de un agujero circular que se ha practicado en el techo. Reconozco que no me
hubiese sorprendido más de encontrar allí al mismísimo rey de marruecos. Nos
quedamos en la entrada mientras Mounseff sigue hablando con alguna de las
personas que hay allí. Al poco aparecen unas mujeres y se llevan con ellas a
Alba, Gloria y Adriana. Veo como se pierden tras una celosía. Nosotros seguimos
a Mounseff y nos dirigimos a la zona de los hombres. Cuando entramos en el cuarto
hay siete u ocho hombres, todos de
mediana edad, vestidos con chilaba y conversando animadamente entre ellos en
árabe. Nadie nos presta atención. Alguien pasa una bandeja con té y refrescos.
Cogemos dos pequeños vasos de té. Miguel y yo charlamos, mientras en el medio
de la habitación se va montando una gran mesa baja, circular. Cuando la mesa
esta lista, con un gesto nos indican que debemos sentarnos, lo hacemos todos en
el suelo alrededor de la misma. Del otro lado de la celosía, oigo la voz de
Adriana diciendo algo, seguida de las risas de varias mujeres. Al poco de sentarnos, aparecen dos hombres llevando entre los dos una gran
bandeja llena hasta rebosar de cuscús y pollo, la depositan con cuidado en medio de la mesa. Los hombres sentados alrededor
de la mesa, aunque no les entiendo nada de lo que dicen, parecen comentar por
los gestos la buena pinta que tiene el plato. Nos dan unas servilletas y un
pequeño cuenco con agua. Miguel y yo no tenemos nada claro que es lo que debemos
hacer con la servilleta y el agua y esperamos a ver qué es lo que hacen
nuestros compañeros de mesa para imitarles. En un momento dado y sin previo
aviso, nuestros compañeros al unisonó se lanzan con sus manos a coger pollo y cuscús
de la bandeja. Miro a mi vecino de la izquierda y le veo como coge un pollo con
su mano derecha, lo parte y vuelve a dejar la pieza en la bandeja, sin tiempo a
terminar de masticar el pollo, coge una porción de cuscús con los dedos y se los
introduce en la boca, me mira y sonríe, sin dejar de masticar me dice algo que
no entiendo, mientras me hace un gesto con los dedos, indicándome que parte de
la bandeja me corresponde. Ya sin vergüenza y viendo que como no espabile no
como, imito a mis vecinos y recordando no utilizar la mano izquierda para nada,
cojo parte de un pollo y desgarro un muslo que me meto en la boca, a
continuación introduzco los dedos en la masa de cuscús y llevo mi mano bien
cargada a la boca. Miguel y yo hablamos poco ocupados como estamos en defender
nuestras respectivas raciones de sémola. Está delicioso, tiene pasas, piñones,
diversas especias. Los hombres comen con ganas, conversan entre ellos, de vez
en cuando dejan de comer para tomar un sorbo de su vaso de té o de refresco. El
gran montón de comida va disminuyendo rápidamente. Del lado de las mujeres
siguen llegando risas. Los hombres
terminan de comer, en la bandeja solo quedan las carcasas de los diversos
pollos y una pequeña cantidad de cuscús, En ese instante, meten sus manos en
los cuencos con agua y se lavan las manos, a continuación se las secan en las
servilletas, algunos eructan notablemente satisfechos. Miguel y yo les imitamos
y lavamos nuestras manos llenas de grasa en el agua y no secamos con las
servilletas. Los hombres ríen, mientras con los dedos se sacan restos de pollo
de entre los dientes. Tras un pequeño descanso algunos hombres se levantan y
cogen sus instrumentos musicales. Todos nos levantamos y seguimos a los
músicos, llegamos a otra sala donde nos hacen colocarnos de pie detrás de un
pequeño muro. Hay velas olorosas colocadas en el suelo y en los pequeños
muretes. Frente a nosotros están las mujeres. Los músicos empiezan a tocar sus
instrumentos, la música empieza como antes en la calle a llenarlo todo. Las
mujeres empiezan a dar palmas de forma sincopada y nosotros las imitamos. Al
poco una mujer mayor, gruesa, vestida con una blusa que le deja los brazos al descubierto
y una gran falda se destaca entre el grupo y se coloca frente a los músicos, cubriéndose
la boca lanza un grito, que mantiene sostenido en su garganta durante unos
segundos como hacen las bereberes, y empieza a girar sobre si misma mientras
hace mover su cabeza en círculos. Instantes después el pañuelo que le cubre la
cabeza se cae y su pelo queda suelto, tiene una melena larga, que con los
movimientos de cabeza hace que forme un molinillo, Se para, ya solo mueve su
cabeza y sus brazos. Mientras la velocidad del pelo de la mujer va aumentando,
también lo hace el ritmo de la música y nosotros aumentamos también la
frecuencia de la palmada. En un momento dado la mujer se para, respira
rápidamente, su mirada está ausente, grandes gotas de sudor recorren su frente.
Reanuda su frenético movimiento de cabeza, su cabello negro vuelve a volar. No
sé el tiempo que la mujer está moviendo su cabeza. En un momento dado cae de
rodillas, dos mujeres salen y recogiéndola por los brazos, la ayudan a
levantarse, la música baja su intensidad. Se deja de dar palmas y la mujer con
la ayuda de sus amigas se pierde entra las otra mujeres. De nuevo la música empieza a elevar su tono, de
nuevo comienzan las palmas, ahora salen dos mujeres, algo mas jóvenes que la
anterior, pero vestidas igual y que llevan su pelo sin cubrir recogido en unas
largas coletas, se ponen una frente a la otra, agachan su torso y empiezan a
mover su cabeza las dos al unisonó, como antes las palmas comienzan a batir con
mas brío y la música sube otro cuarto, las mujeres cada vez mueven la cabeza más
deprisa, el pelo golpea contra el suelo en cada giro de cabeza que dan, las
mujeres entran en éxtasis, empiezan a arañarse el rostro y se hacen cortes con
una cuchilla en los brazos de los que se desprenden pequeñas gotas de sangre.
Estoy absorto en la danza, las mujeres en un momento dado empiezan a girara la
una frente a la otra, como dos cuerpos celestiales. El ritmo ahora es frenético,
las mujeres giran, mueven su cabeza, se arañan, se cortan, de su rostro y sus brazos
cae gotas de sangre y sudor al suelo. Del lado de donde están las mujeres salen
gritos. Sin saber muy bien cuando, noto que la música se está haciendo más
pausada, más tranquila, hasta llegar poco a poco a cesar. Las mujeres también
han ido haciendo sus movimientos más lentos,
menos enérgicos hasta que ellas también se quedan paradas, recogidas
sobre su regazo, con las piernas dobladas. Poco a poco van volviendo en sí, se
enderezan y su respiración agitada, se
empieza a normalizar y su pecho deja de subir y bajar violéntame. Busco con la
mirada a Adriana, en su rostro imagino que al igual que el mío, se refleja la
tensión del momento. Las darbukas, los bendir y las zurnas incansables
comienzan de nuevo a llenar con su sonido la habitación, ahora es un hombre el
que sale al centro de la habitación, lleva en su cabeza una especie de bonete
terminado en un rabillo alargado. Al igual que las mujeres el hombre eleva sus
brazos y comienza a girar sobre si mismo, mueve su cabeza y el largo rabillo,
se empieza a asemejarse el pelo de las mujeres. Volvemos a batir palmas. El
hombre gira, suda pero pese a todo no llega a la intensidad de las mujeres que
han danzado antes. El hombre termina de
danzar. Mounseff se acerca a nosotros
-
- - Ahora
os tenéis que ir, lo que viene a continuación ya no lo podéis ver, es solo para
miembros de la cofradía. Nos dice
- - Gracias,
atinamos a decir
El nos saluda, llevándose
la mano al pecho.
Salimos de la casa y miro
la hora, me quedo asombrado han pasado más de tres horas desde que entramos y
sin embargo todo ese tiempo se me ha pasado sin sentirlo. Andamos despacio por
las vacías calles, ninguno dice nada. Estamos todos impresionados, mi cabeza es
un torbellino de sensaciones donde aún resuenan los tambores y las palmas que
se mezclan con las imágenes de las mujeres danzantes, con la sangre y el humo
de las velas. No sé quien suelta un joder que fuerte y en ese instante nos
paramos los cinco.
-
- - Que
os ha parecido, pregunto
- - Buff,
resopla Miguel, impresiónate, no sé qué decir.
- - No
tengo palabras, comenta Adriana, aún no lo he procesado
- - Acojonante
– dice simplemente Gloria
- La única que no dice nada
es Alba, quizás debido a que pese a que es una niña muy despierta solo tiene
trece años.
Llegamos a la casa, y
subimos a la azotea, nos sentamos. La ciudad este en calma y desde el mar, nos
llega el relajante sonido de las olas. Nos servimos una copa y nos ponemos a
mirar el cielo estrellado.
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