PELICULAS
Debido a que tengo roto el mando
a distancia de la tele y me da mucha pereza levantarme del sillón para cambiar de
canal me estoy tragando la programación del canal dedicado a películas de miedo
y misterio, Dark se llama, aunque más que de miedo y de misterio, la inmensa mayoría
de sus películas son de psicópatas asesinos, ya sabéis, tipo Jasón, de paletos de
la américa profunda a los que la endogamia por generaciones ha convertido en
descerebrados asesinos de adolescentes, de casas encantadas donde mora el espíritu
maligno de algún antiguo ocupante, de niños tímidos y que sufren acoso escolar
que solo se sienten en confianza y seguros en compañía de sanguinarias
divinidades que vienen desde lo más profundo de la noche de los tiempos y de
los que se sirve para tramar su venganza o en un triple salto mortal de los guionistas
todo lo
anterior junto, más unas gotas de problemas amorosos que acaban por
afectar a la típica familia estándar, clase media, a la que al final todo este
problemilla con el más allá, hace que si sobreviven, siempre sobrevive algún miembro
de la familia, la familia se muestre más unida y cariñosa.
Otro grupo de películas son
aquellas historias que tienen lugar en pueblos y ciudades abandonados, sitios
ahora silenciosos y polvorientos donde ni siquiera se oye el piar de los pájaros.
Sitios donde pareciese que hubiese explotado una bomba de neutrones y todo se
hubiese quedado quieto en el tiempo, los coches aparcados en las calles, calles
recorridas únicamente por papeles a los que mece el viento, con los comercios
abiertos, los semáforos funcionando regulando un tráfico inexistente, con
parques llenos de juegos infantiles que esperan en vano a sus pequeños usuarios.
Lugares que una vez en un pasado que se nos antoja remoto bullían en vida y
jolgorio y que ahora solo están poblados por fantasmas y ecos. Fantasmas
pálidos que solo se muestran a los extraños a la mortecina luz de las estrellas
para contarles increíbles historias sobre los otros fantasmas que como ellos una
vez habitaron y circularon por sus calles y ecos mudos del bullicio que una vez
inundo sus vacías calles.
Pero no nos engañamos, sabemos o
puede que intuíamos que son ciudades que no están vacías que no están abandonadas,
sino que están poblabas por seres que salen a la calle cuando cae el sol, son seres
que rechazan la pureza de la luz solar para vivir eternamente en las tenues sombras
que produce la pálida luz de la luna. Seres
extraños que una vez vivieron bajo la luz del sol que disfrutaron de sus cálidos
rayos, de su luminosidad sin fin pero que ahora y no sabemos los motivos huyen temerosos
de que los alcance el astro rey. Individuos
que viven en refugios con las ventanas y puertas cerradas para evitar que entre
la claridad que nos proporciona nuestra estrella. Puertas y ventanas que solo
se abrirán una vez los últimos rayos solares se hayan apagado por el horizonte
permitiendo de esta forma a sus habitantes abandonar sus frescos refugios. Seres
que como pronto averiguaremos parecen ser huidizos con los forasteros, pero a
la vez curiosamente gregarios con los de su especie y que como si estuviesen
genéticamente predispuestos salen todos a la misma hora de sus oscuras moradas para
introducirse en la noche y vivir. Para juntarse en las plazas y los parques,
para llenar las calles con sus voces. Para disfrutar de su extraña existencia,
para alimentarse, para socializar, para hacer una vida que de alguna forma
remeda la que tuvieron tiempo atrás. Para en una palabra hacer su vida.
Pero conocemos que también que en esas ciudades, en esos pueblos moran otro tipo de criaturas. Individuos que pese a lo escrito en el párrafo anterior se aventuran a salir al exterior a la luz del día desde sus oscuras guaridas. Nadie conoce el motivo por el cual se arriesgan a salir. Son seres huidizos, que se mueven únicamente por los espacios que delimitan las sombras, como temiendo morir abrasados si por un instante una sola parte de su blanca piel quedase expuesta al contacto con una partícula de sol. Son seres torpes que se mueven despacio como si el menor de los movimientos les costase un esfuerzo titánico o pareciese que del suelo con aviesas intenciones saliesen unas garras gigantescas que sujetándoles de las piernas les impidiesen avanzar a ritmo normal. Seres solitarios, que se cubren los ojos con gafas de cristales oscuros, que solo maldicen su suerte al tener que estar en la calle a esas horas-
Todas estas historias pueden
parecer fantasías, exageraciones o cuentos para asustar niños o contar en
campamentos a luz de un fuego. Pero no, como todo el mundo sabe incluso las
historias más fantásticas tienen detrás suyo un comienzo en el mundo real, un hecho
que las desencadeno y que se ha ido complicando, enrevesado, difuminando,
enriqueciendo con el paso del tiempo hasta hacerlas irreconocibles. Y yo os puedo decir cuál es el origen,
verídico y objetivo, de las historias sobre ciudades y pueblos abandonados y sobre
el origen de los seres que las habitan y puede que alguno de vosotros también lo
conzcáis. Y lo sé porque yo soy uno de esos seres.
Porque todas esas historias tienen
origen en los habitantes de la ciudad de Madrid en verano, en la quincena que
va del 15 de julio al 15 de agosto, periodo en el que las temperaturas en la villa
y corte por el día alcanzan los 46º. Tan inclemente es el sol, tan duro su
castigo que ni siquiera los más avezados de nosotros andamos sin necesidad a
esas horas por la calle. Si, son horas de silencio de una quietud mortal, donde
incluso puedes llegar a escuchar tu propia respiración. Son esas horas donde
pareciera que fueses el único habitante de la ciudad, tal es su calma, donde no
hay un ser vivo por las calles, calles de asfalto recalentado que se pega a los
pies, y si los ves, es algún pobre
desgraciado que por un motivo que nadie llega a comprender que anda arrimado a
la triste sombra que proporciona la pared o un muro y que tiene toda la pinta de estar a punto de
deshacerse bajo los rayos de un sol castigador, justiciero y que busca
desesperadamente el refugio de los escasos locales que están abiertos a esas
horas o perderse en los oscuros subterráneos del metro. Calles silenciosas donde
no se oye un solo ruido, solo el de los motores de los aires acondicionados. Vías
que son inclementemente castigadas por un sol abrasador, que golpea sin piedad
a todo aquel que tenga la osadía de tener que salir a esas horas fuera del
relativo frescor de su hogar. Donde la gente pasa las horas de más calor
encerrados en sus casas, aprovechando la
penumbra que proporcionan las ventanas y persianas cerradas, inmóviles al
fresco del aire acondicionado o del ventilador y que solo salen de sus
recalentados pisos cuando el sol se ha ocultado ya en el horizonte para después
de un breve paseo sentarse junto a
familiares y amigos en una terraza a la luz de las farolas y tomarse una cerveza
helada y alguna ración mientras boquean con la esperanza de captar algún rastro
de frescor en el recalentado aire. Es en esos momentos cuando por fin se abren
las ventanas y se permite a la penumbra introducirse en el hogar, cuando los
niños salen acompañados de sus mayores a corretear al parque, para desfogarse
de tener que estar toda la tarde encerrados en la casa.
Si, así es nuestra vida durante
los meses de verano. Una vida limitada a
unas pocas horas al día, las más tardías. Las únicas en las que el sol da un
respiro y es posible salir a la calle. No es una vida fácil pero es la única
forma que hemos encontrado para sobrevivir al calor.
Comentarios