CONCIERTO




Madrid, mediados de septiembre, miércoles tarde, día de champions. Cruzo Cibeles, llena de turistas que hacen fotos a la estatua de la diosa y al edificio el ayuntamiento.  Voy caminando tranquilamente hacia la puerta del Sol, ando por el lado de sombra de la calle de Alcalá, disfrutando del paseo gracias a la fresca brisa que anuncia la llegada del inminente otoño.

Poco antes de entrar en la plaza, me paro ante la violinista que siempre se coloca delante del edificio de Aduanas y durante unos instantes escucho la música que está tocando. Busco algo de suelto en mi bolsillo, pero no encuentro una moneda de pequeño valor. Así que dejo a la mujer y al poco me adentro en la plaza que cómo es habitual me recibe desplegando completamente toda la corte de los milagros ante mis ojos. Por más que lo vea una y otra vez siempre me fascina: Mariachis que cantan rancheras, jóvenes saltimbanquis asombrando con sus trucos, grupos fundamentalistas cristianos pregonando la segunda venida de Jesús, policías a pie, mimos y esculturas humanas intentando sacarse unas monedas, Picachu y Bart Simpson a la caza de niños con los que hacerse una fotos y ganarse el pan, manteros vendiendo reproducciones baratas de primeras marcas, policías a caballo, vendedores de lotería, turistas agotados, descuideros,  gente que espera a otra gente, policías andando y como novedad un oso panda enorme de unos 3 metros  de altura con un cinturón con los colores de la  bandera nacional en los que está escrita repetidamente la palabra España. Todo esto y más se ofrece a mi mirada mientras cruzo la plaza camino a la calle de la Bolsa, que, aunque pueda parecer lo contrario no tiene nada que ver con el IBEX35 para encontrarme con J. ”El Africano” en nuestra taberna habitual.

Es la calle de la Bolsa cuanto menos curiosa pese a estar en el centro no tiene el nombre que puedan tener otras calles vecinas con las que comparte vecindario, no tiene el comercio de Pontejos, no el ajetreo de Esparteros, en ella se mezclan edificios oficiales, restaurantes de semi lujo, tabernas españolas de toda la vida regidas ahora por unos hindúes, tiendas de chinos, bares de diseño y la pequeña tasca donde hemos quedado. Es un sitio oscuro, sin nada que haga que a un turista le dé por entrar, donde a todas horas suena música rock y sus habituales se dividen entre viejos del barrio y jóvenes que lucen camisetas con lemas anarquistas, que no deslucen con algunos de los carteles que cuelgan en la pared. Me acerco a la barra y pido un tercio. No me lo han acabado de servir cuando veo la figura de J, entrenado por la puerta, se me acerca, nos saludamos con dos besos y pide otro tercio. Brindamos chocando el cuello de las botellas y tranquilamente nos ponemos a charlar, Nos contamos las últimas novedades laborales, le pregunto por su madre que esta algo enferma, hablamos de series y de futbol, tampoco falta el comentar la actualidad política y claro hablamos sobre África. Terminamos la cerveza y después de pagar, nos dirigimos hacia la sala donde vamos a ver el concierto motivo de nuestra reunión.

Cruzamos de nuevo Sol, pero ahora en el otro sentido y llegamos a la calle Tetuán. Tras ubicar la sala y vendo que aún es temprano entramos en un bar cercano, de nuevo dos tercios. Miramos distraídamente el partido que en ese momento están poniendo en la tele y cuando quedan cinco minutos para la hora de comienzo del concierto nos acercamos a la puerta del garito. Tras aguardar unos instantes en la cola, el portero pasa nuestras entradas por el lector y después de que nos marquen con un tampón en el brazo derecho entramos en la sala. Es una sala como hay decenas en Madrid, un par de barras, una zona de baile y un escenario que reina sobre los demás elementos. Todo el mundo sabe que la hora de comienzo de los conciertos es solo orientativa, así que cuando entramos no hay mucha gente, por lo que tras comprar un par de cervezas más nos acercamos al escenario y conseguimos una posición muy cercana al escenario. Poco a poco la sala se va llenando. Me fijo en el personal. Es el típico público en estos conciertos, camisetas negras con nombres de grupos de rock estampados, barrigas cerveceras y pantalones vaqueros, con alguna excepción en ellas que han cambiado el pantalón por una falda larga, vaquera también. No son las diez de la noche, pero el local ya está lleno y extrañamente los cuatro miembros del grupo comienzan a aparecer por la pequeña puerta lateral situada entre la cabina del DJ y el escenario. Su nombre “Steepwater”. Sin más preparación que un Hola Madrid comienza a tocar. Increíblemente y esto reconozco que me sorprendió el sonido es limpio, los instrumentos no se acoplan, ni se solapan. Delante de nosotros una mujer comienza a sacar bocetos de los artistas. El grupo por su imagen no desentonaría si te los presentasen como rock sureño tipo Lynryd Skynryd o si te dijesen que tocaron en el mítico Woodstock. Altos, con largas melenas rubias, cubiertas por un sombreo, botas y vaqueros, con camisa a cuadros de las que desde los hombros se desprenden, trozos de tela de colores y de complicados arabescos. Todos salvo el bajo que parece que ha estado tocando con Rosendo hasta hace 10 minutos-Pero la música es rock, el viejo y puro rock de siempre, rifteos de guitarras, solo del batería, y ritmo mucho ritmo. Energía desde y hacia el escenario. De vez en cuando, el segundo guitarra pregunta ¿Feel good? Y ante la repuesta afirmativa del público, toma un trago de su cerveza. Durante Hora y media los músicos sudan, cambian de guitarras, el público salta y grita, la mujer delante nuestro sigue tomando bocetos del concierto. El concierto termina poco antes de las 12 y con un adiós se pierden por la pequeña puerta por la que aparecieron, pero no se hacen de rogar a la hra de los vises y al poco de nuevo empiezan a tocar. Tocan una sola canción, pero es increíblemente larga, dura unos 15 minutos. Cuando por fin termina las luces de la sala se encienda y ahora si desaparecen definitivamente del escenario.

Son más de las doce y media cuando salimos a la calle y comienza otra aventura, buscar un sitio donde se pueda picar algo para cenar.

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