PARIS
Miro la ciudad desde la relativa comodidad del autobús. Un autobús directo
que por 21 € une sin paradas intermedias los dos grandes aeropuertos parisinos.
No somos muchos viajeros puede que lo más seamos siete personas y pese a que en
la página de internet te venden que el recorrido es sin paradas, nos hayamos detenidos
en una anodina autopista parisina atrapados en medio de un atasco. Cierto que
estoy en Paris, pero podría ser Madrid.
Los mismos modelos de coches que avanzan muy despacio ante la
desesperación de sus ocupantes. La mujer que habla gesticulando por el móvil,
el joven que mueve la cabeza al ritmo de la música, el que aprovecha para
hurgarse la nariz, los niños que se pelean en el asiento trasero, las parejas
que no se hablan cada una inmersa en su propio mundo, las mismas tristes
plantas, adelfas raquíticas de hojas lacias y flores de color indefinido, en la
mediana de la autopista luchando por su existencia en una atmosfera de c02.,
los pitidos de los más impacientes. Avanzamos cinco metros y nos introducimos
en un túnel hecho de placas de hormigón e iluminado a intervalos regulares por
focos de luz amarillenta. Recuerdo otros atascos en túneles parecidos a este
quizás en Boston o en Estambul o en cualquiera de las ciudades que tienen
autopistas y túneles. Justo a nuestro costado se detiene un inmenso camión que
anuncia una compañía de transportes portuguesa en la lona de su caja y me
impide observar los grafitis que piden justicia, la revolución o declaran amor eterno
y que adornan los muros del túnel. Seguimos avanzando, salimos a la luz de la
tarde, miro al horizonte, al fondo lejos se ve la silueta de la torre Eiffel.
Efectivamente estamos en Paris
Cogemos una salida de la autopista y tras una pequeña subida y un rápido giro
a la derecha nos incorporamos a otra autopista o quizás sea la misma de antes,
los mismos carriles atestados en ambos sentidos, las mismas plantas tristes,
los mismos conductores pensando en la letra de la hipoteca, los mismos bloques
de casas humildes a los lados de la vía ennegrecidos por los humos de los tubos
de escape. El tráfico se va despejando y avanzamos ahora algo más deprisa, nos
adelantan camiones alemanes, españoles, franceses. Una ambulancia se abre paso
anunciándose con luces y el peculiar sonido de la sirena. El atasco
por lo menos en nuestra dirección ha quedado atrás y ahora corremos alegremente
por la carretera alejándonos de la ciudad. Poco después pasamos por debajo de
un cartel que anuncia la siguiente salida para el aeropuerto Charles de Gaulle,
Me bajo del autobús en la última parada y arrastrando mi maleta me
introduzco en la terminal 2E. De los
altavoces salen multitud de anuncios “s'il
vous plaît, le familie Grisssom …”, “Bienvenue à l'aéroport Charles De …”.
Me acerco a uno de los mostradores de facturación automática para hacer el check-in e intento factura mi maleta, pero
cada vez que coloco el billete bajo el lector de código de barras, me sale un aviso
indicándome que me acerque a un puesto atendido por personas. Me acerco al
primer mostrador donde veo que atiende un ser humano que lo primero que me dice
cuando me sitio frente a él, es que realice la operación por los mostradores
automáticos. Le digo que la maquina no me da opción y que me envía a este
mostrador. Me pide el pasaporte y me pregunta cuál es mi destino, ojea el
pasaporte mientras yo coloco la maleta en la cinta. Tras unos instantes teclea
en su ordenador y coloca la banda autopegable con mi destino en el asa de la
maleta, me pide la tarjeta de embarque y escribe L30 a boli en ella.
De nuevo la rutina, me descalzo, me quito el cinturón y dejo el equipaje y
los bártulos en las bandejas,ahora azules, para pasar el control de seguridad. Tras pasar por
debajo del arco me calzo, me coloco de nuevo el cinturón y me dirijo a hacer la
cola para traspasar el control de inmigración.
- - Bonjour - me dice el policía desde detrás del grueso cristal que le separa de mi mientras
extiende una mano a través de una pequña apertura.
-
- Bonjour- le contesto mientras le tiendo el pasaporte.
- - ¿Todo bien? -
Me dice en castellano al ver el pasaporte
- - Estupendamente
– le digo sonriendo
- - Estupendamente
– repite el con un marcadísimo acento francés mientras sonríe y me devuelve el
pasaporte- Buen viaje
-
- Merci- le digo mientras le devuelvo la sonrisa
Camino por la terminal hasta llegar a la puerta L30. En el paseo hasta la
puerta de embarque paso por delate de las tiendas que son el máximo exponente
del lujo francés Chanel, Hermès, Vuitton. Me cruzo también con cuatro soldados paracaidistas
que patrullan por el terminal, con las ametralladoras listas, acunadas en sus
brazos. Reconozco que realmente no me dan seguridad, si no todo lo contrario, cuando los veo un sentimiento de temor anida dentro de mi. Me alejo de
ellos y por fín llego a la puerta L30, me siento diez minutos en un banco a descansar. Poco a poco me voy relajando y me doy cuenta
de que no he dejado de sudar en todo el día y de que literalmente apesto, yo
mismo me doy un poco de asco, siendo sincero, miento en lo de poco, más bien me doy bastante asco. Me acerco a una tienda de recuerdos y me compro
una camiseta gris que lleva estampada la figura de la torre Eiffel y el nombre
de Paris. Salgo de la tienda y me acerco a un baño, me quito la camisa sudada, abro el grifo y como puedo me lavo.
Me pongo la camiseta recién comprada y guardo la camisa sucia en la mochila.
Sintiéndome limpio y persona de nuevo, me compro una botellita de agua, una
cerveza y una fajita. Me bebo el agua de un trago, después abro la cerveza y
rompo la bolsa con la fajita. Caigo en la cuenta que es lo primero que tomo
desde que desayunase a las ocho de la mañana en mi casa y ahora son cerca de
las seis de la tarde.
Hace horas que anocheció. El tiempo pasa despacio y el
aburrimiento, el cansancio y la impaciencia por embarcar de nuevo hacen que mi mal humor comience a asomar. Por fin
pasadas las diez de la noche, se abre la puerta y empezamos a embarcar. Al
entrar en el avión me doy cuenta de que las compañías aéreas han encontrado
otra forma de humillar a los viajeros de clase turista, para ir hasta mi asiento,
el 44F, tengo que pasar por delante de primera clase y ver las cómodas butacas y la cantidad de espacio de la
que disfrutaran las próximas nueve horas, avanzo por el estrecho pasillo y
llego a mi fila que en lugar de 3 amplios asientos como en primera son 8asientos
estrechos , afortunadamente me ha tocado en el centro izquierda y pasillo.
Guardo la mochila y nada más sentarme en mi asiento, mis rodillas chocan con el
asiento de delante. Me acomodo lo mejor posible y tras un par de intentos consigo
estirar las piernas. Así que saco la revista de la compañía aérea y la ojeo
desganadamente, minutos después se acerca la azafata me ofrece un cartoncillo
con el menú de la cena.
Fuera del avión todo es oscuridad. Al fin
despegamos. Tras cenar ¡sorpresa! cous-cous y pollo, me pongo los auriculares y
conecto con el canal de jazz, me arrebujo en la ligera manta, estiro nuevamente
las piernas y me dispongo a intentar dormir. Como me suele ocurrir y pese al
cansancio no lo consigo así que, simplemente cierro los ojos y procuro
descansar. De vez en cuando me quedo adormilado pero es un sueño intranquilo que
dura pocos minutos. A última hora, y cuando estamos volando a la altura de la
República Centroafricana, el cansancio me vence y me quedo dormido Cuando me
despierte estaré aterrizando en la ciudad más cara del mundo.
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