Estaciones (II)
Lima. Perú. América.
Es curioso pero cuando imaginamos
hacer un viaje en tren y cuando digo viaje no me refiero a coger el cercanías
que nos lleva aburridamente a través de polígonos industriales o de arrabales
de la ciudad al trabajo y viceversa, si no en aventurarnos en alguno de esos trenes míticos. Esos que
llenan nuestra mente de imágenes de
lujo, de maderas y cueros que recubren paredes y asientos en los coches de los
coches, que nos permiten disfrutar de lujuriosos paisajes que discurren al otro
lado de las ventanas, de exquisitas comidas servidas en cuidadas vajillas y
copas de cristal. Cuando imaginamos un viaje así, es curioso decía, que nunca
pensamos en Perú
Así, nos imaginamos haciendo un
interminable viaje en el transiberiano, o viajando por Sudáfrica para llegar a
las cataratas Victoria, o viajando de oriente a occidente en el literario
“Orient-Express” o puede, quien sabe novemos, disfrutando del lujoso Al-Andalus pero nunca
viajando en “Perú Rail”. Y sin embargo y aunque
pueda parecer lo contrario es Perú un país con una gran tradición
ferroviaria o por lo menos tiene trenes que merece la pena disfrutar. Está el
afamado Bingham que une la ciudad del
Cuzco con la población de Aguacalientes y permite a los turistas, y solo a
ellos, llegar cómodamente a los pies del Machu Picchu. Además tenemos también el
Puno-Cuzco-Arequipa que une estas tres ciudades y que en su viaje atraviesa los
increíbles e infinitos paisajes de la puna andina. Por no olvidarnos del
Pacifico-Central que en su viaje une la costa con el interior y que asciende hasta
casi tocar los cielos y en su camino atraviesa decenas de puentes e
innumerables túneles. O porqué no, el tren macho que como todo el mundo sabe
sale cuando quiere y llega cuando le da la gana.
Y aunque Perú no es reconocido
por sus ferrocarriles, no podemos decir lo mismo de la importancia de sus
letras. Un viaje aquí sí en el que podemos disfrutar desde el gigante y
polifacético Arguedas que sobre todos proyecta sombra al actual y
“sevillano” Fernando Iwasaki. Del casi aristocrático Bryce Echenique a Rybeiro y sus relatos marginales, de Santiago
Roncagliolo y su modernidad urbana al amante no correspondido de España Cesar
Vallejo pasando por el Nobel Vargas Llosa sin olvidarnos de alguna de sus nuevas poetisas como Carolina
Quiñonez o Julia Wong.
Y pese a tener trenes y autores,
no conozco ninguna novela peruana cuya acción transcurra en un tren, o en la
que los protagonistas monten en alguno, más allá de algún comic independiente de
poca difusión, cuya trama se sitúa en Lima y cuyo protagonista ve pasar el tren
elevado desde la azotea del edificio donde vive,
Y sin embargo no es enteramente
cierto ni justo decir que no hay ninguna unión entre ferrocarril y letras en el
Perú
Debió ser en mi primera visita al
Perú.
Camino por calles desconocidas
hasta llegar frente a una iglesia y ahí, sin motivo aparente decido volver
sobre mis pasos desandando el camino que hice apenas unos minutos. Ando por una
calle populosa, con edificios de dos plantas pintados de colores, amarillos, ocres, verdes, desgastados
por el tiempo, en la parte superior algunos lucen balcones de madera que son
una de las señas de identidad de la ciudad, en los bajos de los mismos se abren
tiendas que parecen llevar allí desde tiempos de la colonia. Una zapatería
donde un hombre mayor se afana en reparar un zapato de mujer, una pequeña imprenta
de la que sale el típico sonido de las linotipias, veo un fotógrafo sentado en
la puerta de su negocio de la que cuelgan fotos de sus trabajos, paso por delante de una
tienda de moda con ropa que parece sacada de un catálogo de los años 50. En mi
desandar llego de nuevo al viejo puente de piedra. Es un puente de tres arcos
que salvan el no muy caudaloso rio,
cuando estoy en la mitad me fijo en algo que me llama la atención unos metros
rio arriba, sobre unas piedras que sobresalen del agua. Desde la distancia
parece un odre, me acerco a la barandilla metálica y me fijo mejor, es un cerdo,
además es un cerdo rosado y grande. Esta muerto, con las patas hacia arriba e
inflado no sé muy bien si por efectos de
sol o por el agua. Mi desconcierto me lleva a preguntarme cómo ha
llegado a ahogarse el cerdo aunque
realmente lo que me llama la atención, no es el cerdo muerto si no el
cerdo en si, ¿Cómo ha llegado un cerdo de ese tamaño al centro de la ciudad?
Tras unos minutos mirando al
animal prosigo mi camino y cuando finaliza el puente giro a la izquierda. Ando
por una calle que no se diferencia en nada de la anterior, algunos edificios
abandonados, otros con la fachada pintada en vivos colores y con los portales
abiertos o directamente sin puerta que me permiten ver en la penumbra de su
interior las escaleras de madera que ascendiendo se pierden hacia los pisos
superiores, hay pequeñas tiendas oscuras que se abren en cualquier rincón y al
fondo cerrando la calle un gran edificio.
Me acerco, es un edificio de
cinco cuerpos y dos alturas de estilo ecléctico y rematado todo el conjunto por
una pequeña bóveda que recorre longitudinalmente el edificio y que resguarda un
reloj que a todas luces está parado. Esta todo pintado de un color mostaza desvalido y luce todo el conjunto un aspecto descuidado. En
el frontispicio se puede leer en grandes letras la palabra DESAMPARADOS, encima
en letras algo más pequeñas leo Ferrocarril Central. Entro al interior, nada más entrar una gran
escalinata que parece hecha de mármol y cubierta de polvo, sube desde el
vestíbulo a la segunda planta que está abierta y da al patio inferior, toda ella
recorrida por una barandilla. Todo el edificio está construido en piedra y
metal, la bonita vidriera que ocupa todo el techo hace que la luz que entra por
ella oscurecida por la mugre que se acumula en los vidrios acentúe la suciedad y
el abandono que padece el edificio. La estación parece estar abandonada o en todo caso tener
un uso limitado, ni siquiera es posible acceder a la playa de vías. Tampoco veo
ninguna taquilla, en las paredes en grandes paneles se puede leer propaganda
del FFCC Central Pacifico. A un lado hay un viejo puesto de madera cerrado con
algunas revistas descoloridas aún colocadas con pinzas en sus paredes. Todo el
edificio transmite la sensación de decrepitud y da la impresión de ser más
apropiado para protagonizar el video del gran éxito de los Saucos que para
esperar la partida de un imposible tren.
Salgo de la estación y de nuevo
vuelvo sobre mis pasos, al poco cruzo por delante de una vieja taberna. Una
taberna con sus paredes forradas en madera de las que cuelgan fotos, con su
mostrador también de madera y protegido por un cristal para vender sangüichones,
con sus mesas de pie metálico y tablero de mármol y sus sillas también de
madera, con ese aire clásico y de la que
yo entonces desconocía hasta el nombre.
Solo tiempo después sabré que el sitio
se llama el Cordano y que era y es uno de los mentideros oficiales de la
política peruana. Justo enfrente aparcada al lado de la valla que rodea el
imponente palacio de gobierno una vieja camioneta Ford con algunos soldados en
su interior y un camión antidisturbios
de marca indeterminada, preparado para intervenir.
La siguiente vez que fui a la estación
fue muchos años después, al poco de su transformación, la Estación de los
Desamparados, ya no era un edificio vetusto y sucio, añorante de su pasado
esplendor, tampoco el suelo estaba cubierto de polvo y suciedad, ni el exterior
parecía triste y abandonado. Ahora lucia una fachada pintada en vivos colores y
en su techo dos banderas peruanas flameaban orgullosas en sus mástiles El
interior luce limpio y ordenado, la vidriera deja ver su bonito diseño y la luz llena de rojos, azules y amarillos se
desparrama desde los vitrales por todo el interior proporcionando al edificio
una calidez y una armonía impensable antes.
Una luz que rebota y se multiplica al chocar con sus suelos relucientes.
En las paredes en lugar de carteles con nombres de ciudades más o menos lejanas
y listados de precios y horarios descoloridos por el paso del tiempo había
ahora bustos e imágenes de insignes escritores y fragmentos de algunas de las
obras más conocidas de la literatura peruana están escritos en los escalones de
la restaurada escalera. En lugar de un humilde puesto que vendía novelas
baratas ahora hay una impresionante biblioteca. Incluso ha cambiado el nombre, en
su frontal ya no está escrito Desamparados, en su lugar ahora se lee Casa de
las Letras Peruanas.
Y así de alguna forma, los trenes
y las letras de Perú se han unido de una forma mucho más íntima e indisoluble de lo que nunca una novela
pudiese haberlo hecho y pese a que sigue sin haber una novela peruana que
transcurra en un tren, ahora desde esta estación podemos viajar mucho más lejos
y por mucho más tiempo que los arquitectos originales de la estación pudieron
llegar a imaginar.
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