DONDO || (Angola)

Entramos en Dondo y compruebo que puede ser una ciudad perfectamente intercambiable por N’dalatando. Las mismas casas coloniales que muestran sus heridas de batallas pasadas en muros y puertas, las mismas pequeñas casas construidas en adobe, las mismas tiendas miserables, la misma estatua de la reina Njinga en su trono, la misma fina arena de color rojizo que todo lo tiñe. Tras callejear un poco llegamos al instituto donde nuestros compañeros tienen que hacer la actividad. Es un instituto nuevo y grande que da a un gran patio donde destaca un árbol solitario. Después de ayudarles con el material que van a necesitar nos despedimos de ellos y Adri, Johnny y yo, nos dirigimos a hacer turismo. Nuestro objetivo es visitar una fábrica que está en las afueras de la ciudad y en la que se produce la cerveza EKA, la marca que más nos gusta.  Tras callejear un poco una gran pintura en el muro nos indica que hemos llegado.

 

El guardia de la puerta nos mira sorprendido, creo que es la primera vez que alguien solicita ver el proceso de fabricación de la cerveza. Le vemos llamando a alguien, que posiblemente le manda a hablar con otra persona, que le deriva a una tercera.  Al cabo de unos minutos de incertidumbre vemos como alguien sale del interior del gran edificio de oficinas que hay detrás de la garita de entrada y se dirige hacia nosotros. Tras charlar unos minutos y confirmarle que lo único que queremos hacer es una visita turística para ver como se produce la cerveza y, aunque no se le confesamos, con la esperanza de hacer una cata de la misma nos deja pasar y nos indica donde aparcar. Aparcamos a un lado de una estatua multicolor realizada por un artista local que representa a una palanca negra, el animal que es el símbolo nacional, y que junto a otra escultura que hay a la entrada de un hotel camino de las cataratas de Kalandula, serán las únicas veces que haya visto a este mítico animal.

 


Acompañamos a la persona que nos permitió pasar junto al guardia de seguridad por laberinticos e interminables pasillos no muy anchos y de paredes pintadas en color crema que dan una sensación de abandono y frialdad, sensación que la escasa luz no hace más que acentuar.  A ambos lados se abren despachos vacíos y oscuros, donde se vislumbran mesas de formica y armarios metálicos. Por fin llegamos al despacho del que se presenta como el gerente de la fábrica. Es un despacho amplio y sobriamente amueblado donde una gran mesa que ocupa casi todo el espacio, soporta el escaso peso de un monitor de ordenador, aunque muy bien iluminado por unas grandes cristaleras que se abren a un bonito jardín y sobre todo con un aire acondicionado que hace que se te olvide el calor de fuera.  El hombre nos sonríe mientras nos ofrece la mano y nos pregunta que queremos. Miro donde podemos sentarnos, pero la única silla, que en realidad es una buena silla de escritorio, está ocupado por el gerente. Así que de pie volvemos a contar nuestro deseo de visitar la fábrica y observar el proceso de producción. No niego que le peloteamos un poco y le decimos que la EKA es una de las mejores cervezas que nunca hemos probado. Mientras hablamos con él por lo ventanales observo el pequeño drama que la naturaleza nos tenía preparado y veo en el jardín a un gato que lleva entre sus fauces a uno de los inmensos lagartos que abundan por aquí. Amablemente nos contesta que, aunque no es una petición muy común, estaría encantado de ofrecernos una visita pero que al ser domingo no hay nadie que nos pueda guiar, y claro que no nos puede dejar solos por el complejo ya que podríamos perdernos, pero que si volvemos mañana el mismo nos hará la visita. Con otro apretón de manos nos despedimos del hombre que no ha dejado de sonreír en ningún momento. Todos sabemos que no vamos a volver.

 

De vuelta al colegio, aparcamos a la sombra del árbol solitario y nos dirigimos a una roulotte cercana para mitigar el calor y tomar una cerveza que como no puede ser de otra forma es una EKA, al pagar notamos que es más barata aún que en N’dalatando. No sé quién comenta que como se fabrica en la ciudad es tradición que se venda más barata. No la hemos terminado cuando vemos salir a nuestros compañeros de la actividad. Así que apuramos la cerveza y nos acercamos para ayudar a recoger e ir a comer.

 



Nos hemos sentado a la sombra de unos árboles en unos de los merenderos que hay en la orilla del rio Lambaca. Pedimos unas cervezas, salvo Johnny que al tener que conducir pide una Coca-cola, una ensalada y la especialidad del merendero que no es otro que pescado del mismo rio a la brasa. Me fijo en el rio donde un grupo de mujeres están lavando cazuelas y platos en la orilla y unas canoas lo cruzan lentamente. Nos traen las cervezas y la ensalada, a la vez que un cajón lleno de brasas y una parrilla que depositan en el suelo al lado de nuestros pies. Encima de la parrilla ponen los pescados y los comienzan a cocinar delante nuestro. El aire se llena con el humo que sueltan las decenas de parillas de los distintos merenderos. Observo que todas las mesas están llenas, son sitios populares y hoy es domingo. Hay turistas, familias que vienen a pasar el día, vecinos de pueblos cercanos. Me sirven el pescado que he elegido y pido un poco de piri-piri, la picante salsa angolana que acompaña con todo. El pescado está excelente, cocinado en su punto exacto y no tiene demasiadas espinas y la comida transcurre entre risas, conversaciones triviales y alguna cerveza más. Al terminar nos acercamos a un pequeño café cercano y terminamos de pasar la tarde antes de tener que volver.

 

El viaje de regreso transcurre tranquilo, hasta que paramos en uno de los puestecillos que de vez en cuando hay a los lados de la carretera ya que Wilsa quiere comprar unos huevos de serpiente para su abuela. Miro la mercancía expuesta, hay serpientes expuestas en todas sus posibilidades: secas y abiertas por la mitad, en forma de huevo envueltos aun en sus tejidos membranosos y metidos en frascos de cristal, frescas y troceadas listas para asar y comer, en su forma más descarnada o sea en esqueletos, para compensar también hay distintas hierbas que se ofrecen como medicinales. Como si estuviese oculto esperándonos de los matorrales sale un niño que escopeta al hombro nos ofrece un gran gato montés que acaba de cazar. Wilsa habla con una de las vendedoras sobre las propiedades de los huevos que sirven para curar casi todas las enfermedades que puede sufrir una mujer de la edad de su abuela. Miro la transacción y escucho la conversación entre horrorizado y fascinado. Hablo con Adri que comparte mis sentimientos.

 

Reanudamos el viaje con un tarro lleno de huevos de serpiente en el regazo de Wilsa, no pasa mucho tiempo cuando paramos de nuevo. Ahora es Pedro el que quiere comprar para la cena una Paca, un roedor gigante de pelo corto, duro y muy denso, que un cazador lleva colgada de su cinturón. Esta vez solo él baja del coche y habla con el hombre, al poco veo como Pedro de nuevo se sienta a mi lado con una bolsa azul que deposita en el suelo de donde sobresale la cola del bicho. Mientras Pedro nos cuenta como va a preparar el guiso que va a hacer, primero hay que despellejar al animal, luego sacarle la sangre y despiezarlo para posteriormente sofreírlo y guisarlo con judías y verduras, y al que muy amablemente nos invita, llegamos a la colina y la carretera nuevamente comienza a ascender. 

 

Nos introducimos de nuevo en la selva, donde aún quedan vestigios de la niebla matinal o quizás sea niebla nueva que se está formando con la caída del sol, vemos los mismos huertos que esta mañana, aunque ahora ya no se ve a nadie trabajando en ellos. Las pequeñas aldeas se ven ahora tranquilas y sin el ajetreo de las primeras horas. Nos colocamos detrás de una camioneta que lleva a personas en la caja que van de pie sujetándose unos a otros entre unos grandes bultos. Avanzamos despacio buscando la oportunidad de adelantarles. Johnny deja algo de distancia entre nosotros y la camioneta. Medida que se mostrará más que oportuna ya que poco después la caja de la camioneta se desprende y bultos y personas caen a la carretera delante nuestro. Tras un volantazo y un frenazo brusco, paramos a un lado de la carretera. Nos bajamos del coche y tras recuperarnos del susto nos acercamos para ver si alguien ha resultado herido. Afortunadamente solo son golpes sin importancia y pequeñas magulladuras. Peor lo han llevado un par de docenas de huevos que ahora lucen espachurrados en el asfalto. Tras reponernos del susto emprendemos de nuevo la marcha. Ya ha oscurecido cuando llegamos a la gasolinera y el arco que marca el inicio de N’dalatando. Poco después estamos abriendo la puerta de nuestra casa listos para darnos una ducha y prepararnos para cenar.





 

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