WHASINGTON





 

Recorro la fiesta saludando a personas de las que inmediato olvido su rostro y su nombre. Me acerco a la mesa de las bebidas y cojo una cerveza. Una de las personas, una mujer, me dice que mejor pruebe el ponche. Así que dejando la botella me sirvo una copa de ponche. Un punto demasiado empalagoso para mi gusto. Disimuladamente dejo la copa escondida entre otras varias y vuelvo a por la cerveza. Me apoyo en la pared y miro al grupo de personas que conforman, la reunión, celebración o lo que sea. Viendo cómo se desarrolla la fiesta es difícil de creer que hace apenas quince minutos no conocíamos a nadie. No me queda claro si todo estaba preparado de antemano y nos hemos “colao” o es una fiesta hecha para darnos la bienvenida. Lo único que sé es hemos venido en coche y que no tengo ni la más remota idea de donde estoy. Eso sí, todo al mundo se esfuerza en hacernos sentir cómodos, nos hablan en castellano con acentos que cubren desde México a Colombia. Salvo un par de anglos todo el mundo es latino con abrumadora presencia de mujeres. Nuestro anfitrión es una de esas pocas excepciones. Es un hombre blanco, de pelo moreno y ojos claros que debe rondar los 40 años, que habla un español más que decente con acento centroamericano y que trabaja como abogado de derechos civiles, concretamente en proporcionar asistencia y papeles a inmigrantes indocumentados y también, es el cuñado de nuestro anfitrión Rick.

 

Estamos alojádos en casa de Rick y Cone, diminutivo de coneja, y caigo en la cuenta en que no conozco su verdadero nombre, solo la “chapa” familiar. Rick es un teniente de marines retirado y Cone es una tía de cariño de Adri, y tampoco sé a qué se dedicaba antes de casarse con Rick. Para haber estado un par de veces en su casa de Lima y ahora aquí en su nuevo hogar no se mucho de ella, y eso creo que habla muy mal de mí.  Se conocieron en uno de los frecuentes viajes del primero a Perú y amablemente nos han cedido una habitación situada en el sótano de su casa para que nos alojemos en nuestra visita a Washington D.C.  La casa está situada en un pequeño barrio de Arlington medio escondido entre colinas y árboles. Es una construcción de tres plantas, contando el sótano, hecha en ladrillo rojo y tejado a dos aguas de pizarra negra, con una bandera estadounidense que cuelga flácida de un pequeño mástil encima del porche de la entrada. La rodea un jardín abierto de cuidado césped al que se accede por un par de escalones y está medio oculta por dos grandes árboles ahora sin hojas y la verdad es que es salvo por el detalle de la ausencia de un lazo amarillo colgado en la puerta, sería indistinguible del resto de casas idénticas que forman el vecindario. Más tarde nos enteraremos que el lazo amarillo, indica que una persona de esa casa está combatiendo ya sea en Irak, Afganistán o qué más da y es una muestra de apoyo y permanecerá en la puerta hasta el regreso sano y salvo de él o ella. 

 

 

Nos levantamos temprano, no queremos hacer esperar a nuestros anfitriones que nos aguardan para desayunar antes de que Rick deba irse a trabajar. Después de ducharnos y vestirnos, subimos por las escaleras que dan al pasillo para después dirigirnos al salón. El salón es amplio, decorado con sencillez y con mucha luz, que entra a través gran ventanal desde el que divisamos el patio trasero y un bosquecillo. En medio una gran mesa de madera oculta por un mantel blanco y encima fruteros, cuencos y bandejas llenas a rebosar de frutas, bollería, cereales, huevos, pan, mantequilla y varias jarras con zumos y café. Nuestro desayuno. Nos sentamos y antes de comenzar a dar buena cuenta de los alimentos, me invitan a leer el pan de la palabra, para bendecir la mesa. Para quien no lo sepa, yo lo aprendí en ese instante, el pan es es un pequeño misal, con oraciones o pequeños hechos bíblicos para ser utilizado en el día a día. Les comento que no soy creyente y que me parecería una falta de respeto leerlo. Al final es Rick el que lee la hoja correspondiente a ese día, mientras lo hace, todos tenemos cogida la mano de la persona que está a nuestro lado y la cabeza agachada en señal de respeto. Aprovecho ese breve instante de recogimiento para pensar en si le voy a poner mantequilla o no a los panecillos que se ven muy apetitosos. Nada más terminar y tras el correspondiente amén, damos cuenta del desayuno. Antes de irnos, damos las gracias a Cone que se ha levantado temprano para hornear la bollería y preparar los zumos.

La parada de Metro más cercana se encuentra en un centro comercial, aquí lo llaman Mall, que está a unos 15 minutos andando y un par de ellos en coche. A veces nos acerca la hija de Rick, una chica joven, poco habladora, algo huraña o quizás es que no le gusta que le hayamos invadido la casa y que está a punto de comenzar la universidad y a la que no le gusta el sabor del pescado, pero hoy aprovechando que no tenemos prisa y que hace una mañana soleada y fresca que invita a caminar, decimos dar un paseo y conocer algo del barrio donde estamos alojados. Tras salir de la casa, andamos un poco hasta llegar a una calle más ancha y giramos a mano derecha en la dirección que nos llevara directamente hasta el centro comercial. Pasamos por delante de casas que es su diversidad son totalmente idénticas a la de nuestros anfitriones Los mismos ladrillos rojos, las ventanas pintadas de colores que dan al jardín, la pequeña parcela cubierta de césped sin vallar delante de la casa, la bandera norteamericana, los lazos amarillos y los enanitos de jardín. En una de las parcelas vemos un cartel clavado a poca altura del suelo, con curiosidad nos acercamos y nos detenemos a leerlo. No ir mas allá de este punto. Propiedad privada, está escrito en letras negras, el dueño podrá disparar sin avisar. Un poco asustados, comprobamos si nuestros pies están pisando el césped y mirando la ventana de la casa, despacio, damos un paso atrás. Entre risas y comentando el letrero proseguimos nuestro camino. Después de andar un poco más, a lo lejos, vemos un grupo de gente uniformada que está trabajando en la calle, pensamos que son trabajadores municipales limpiando las aceras, que cierto es están inmaculadas sin una sola hoja y estamos en otoño en una zona profusamente arbolada. Al acercarnos al grupo, vemos que el uniforme no es tal sino es un mono naranja y con las letras cárcel del condado escrito en la espalda. ¡No son trabajadores municipales sino presos haciendo trabajos forzados! Nos fijamos en una camioneta que esta parada a su lado y vemos dentro, sentados, al par de guardias sin mucho interés los vigilan. Nos abstenemos de hacer ninguna foto, ni siquiera nos paramos. Parece que hemos elegido el día de ponga a prueba sus estereotipos sobre cultura Norteamérica, para dar nuestro paseo. Muy poco después estamos entrando por las acristaladas puertas del centro comercial y buscando el símbolo del metro.

 

El metro de Washington merece un pequeño comentario. Para mí es un lugar distópico, bastante futurista y la verdad es que da un poco de miedo. Todo tan limpio, tan nuevo, tan aséptico, tan impersonal. Sus inmensas estaciones siempre semivacías sus túneles perfectamente iluminados, sus pasillos amplios por los que no te cruzas con nadie, sin músicos, sin anuncios, sin goteras. Esos coches silenciosos y tan resplandecientes que parecen recién salidos de fábrica y que antes de que te recuestes en la puerta, emiten un sonido y una amonestación, avisándote de que no se puede uno recostar en las puertas, esos asientos inmaculados en los que da pena sentarte, no los vayas a ensuciar. Y sobre todo la ausencia de gente, nunca ves a nadie. Los coches van a apenas ocupados por tres o cuatro personas, cabizbajas, ocupadas en sus menesteres que hacen el trayecto sin apenas moverse, sin mirarse. 

 

Todo viaje turístico tiene una parte digamos más convencional y menos vivencial, que consiste en visitar los monumentos y edificios más significativos de la ciudad y el nuestro no va a ser diferente y comienza delante de una de las escaleras que dan acceso al Capitolio. El edificio es mucho mayor de lo que aparenta por la tele y se corresponde, escalera por escalera, ventana por ventana, columna por columna y cúpula por cúpula con la imagen que todos tenemos de él. Por aquí y por allá hay estatuas, que parecen estar diseminadas de cualquier manera e imagino corresponden a políticos, generales o vaya usted a saber quién. Subimos por una de las imponentes escaleras de mármol e intentamos fotografiarnos frente a las puertas de entrada. Demasiada gente atareada saliendo y entrando a la carrera lo hacen imposibles. Damos una vuelta y decidimos volver a bajar a nivel de suelo. Comenzamos a andar por los jardines, en dirección al famoso obelisco en honor a Washington, en nuestro camino nos cruzamos con una gran estatua ecuestre en honor a Ulises S. Grant, general y posterior presidente useño de los tiempos de la guerra civil americana. Paseamos entre jardines flanqueados a ambos lados, por edificios grandes, impresionantes, todos construidos en mármol, o lo que parece mármol, en un estilo neoclásico, llenos de columnas y que albergan museos y galerías de arte. Nunca antes había caminado por la capital de un imperio en el cenit de su poder. Todo exuda dinero y poder, refinamiento y lujo. No sé si esta era la idea inicial cuando se diseñó esta parte de la ciudad o ha sido solo casualidad, pero claramente es en lo que se ha convertido.

Cuando sentimos las primeras gotas, frías y gruesas, caer sobre nosotros nos damos cuenta de que el cielo se ha cubierto totalmente de nubes muy negras y amenazantes. Decidimos, bueno realmente aquí debo decir que he perdió la discusión, ya que me hubiese gustado más el museo de la aviación y el espacio, entrar al museo Smithsonian. Al ir a pagar la entrada, nos enteramos que al ser museos federales y estar pagados con fondos públicos, todos los museos aquí son gratis. Pasamos el resto de la mañana curioseando entre objetos raros, momias egipcias de gatos y fósiles que van desde pequeños trilobites a gigantescos tiranosaurios por las diversas salas.  Cuando salimos, vemos los jardines encharcados, ramas tronchadas en el suelo y los parterres de flores arrasados, aunque eso sí el cielo vuelve a lucir azul. Ha debido caer una buena tormenta pensamos. Vemos que tenemos una llamada pedida de Cone. Le devolvemos la llamada, al oírnos aliviada nos dice que estaba preocupada por nosotros, pues ha pasado un ciclón por la ciudad y no sabía si nos había pillado al aire libre. 


Paseamos entre rosaledas y parterres que rezuman agua, evitando pisar las zonas más encharcadas. En contraste con hace un rato luce un sol inmisericorde y observamos como de   algunos charcos salen pequeñas nubes blancas de vapor y otras negras de diminutos mosquitos. Por fin llegamos al pie del obelisco que homenajea al primer presidente de los EEUU. Me sorprende observar que el obelisco está construido en distintos tipos de piedra y de distintos colores. El motivo es que su construcción, por falta de dinero, se dilato en el tiempo, casi cuarenta años, y además se utilizaron piedras de diversos lugares de los Estados Unidos y esta rematado por vamos a llamarlo capuchón, porque no sé el termino, de aluminio. ya en plan guía profesional y como curiosidad podemos decir que ningún edificio de la ciudad puede exceder en altura a este monumento, que es de poco más de 169 metros y se haya rodeado de cincuenta mástiles con sus correspondientes banderas que representan a cada uno de los estados del país. Por un momento pensamos en coger el ascensor que sube hasta el mirado que hay en el cenáculo, pero el pensamiento es tan pasajero como las nubes de vapor y como vino se fue.

Giramos sobre nuestros talones y nos dirigimos ahora hacia el 1600 de la avenida Pensilvania. Sí justo hacia la Casa Blanca, tras un breve paseo llegamos a la valla, hecha de hierro forjado, que rodea la residencia oficial de los Presidentes de los EEUU. Delante de la valla a nuestro lado se agolpan grupos de turistas que se mezclan con manifestantes que gritan y muestran carteles. La gente se acerca y deposita flores, ofrendas y los propios carteles de los manifestantes al pie del murete que sujeta la valla. Todo ello bajo la atenta mirada de unos –pocos- policías. Pese a que da una sensación de falta de seguridad y fácil acceso, no me cabe duda que, si alguien intentase saltar la verja, empezarían a sonar alarmas y sirenas y el infractor seria reducido y detenido al instante. Pues no he visto yo películas ….. Rodeamos todo el edificio, ahora si nos fotografiamos delante de la entrada principal y completando el circulo, volvemos al obelisco y proseguimos el paseo.

Pasamos por delante del monumento conmemorativo a la segunda guerra mundial, un poco más allá está el grupo escultórico que conmemora la guerra de Corea, y en la otra esquina el de la guerra de Vietnam. Me siento como un antiguo habitante de Roma, pasando ante las puertas siempre abiertas del templo de Jano. En medio presidiéndolo todo, la inmensa lámina de agua que es el reflection poll. Avanzando por un lateral del estanque, el que da a los jardines de la constitución, llegamos a las escalinatas que dan acceso al monumento a Lincoln. Subimos despacio. Lo reconozco, el monumento impresiona. Nos paramos justo delante del inmenso bloque de granito sobre el que reposa el pétreo sofá donde se sienta el presidente. Me doy la vuelta. La vista es espectacular, la lámina de agua, el obelisco y al fondo el capitolio. Multitud de imágenes vienen a mi mente y siento el peso de la historia real o figurada sobre mí. Veo a Forrest Gump corriendo por el agua en busca de Julie, recuerdo aún sin haber estado la marcha del millón de hombres, y más aún, mi mente se remonta incluso a antes de mi nacimiento y noto junto a mí la presencia de Martin Luther King pronunciando su más famoso discurso y yo también tengo un sueño.

Ya atardece cuando dejamos el área monumental y cogiendo el metro, volvemos hacia la casa. Pero antes de ir a la casa, decidimos hacer una parada relajante en la cervecería que hay en el centro comercial. Entro primero, sin problemas, pero el portero no se fía y hace que Adri le enseñe su pasaporte donde demuestra que supera con creces la edad legal para tomar alcohol. Durante el resto de la tarde estará más que contenta de no aparentar la edad que tiene. En el bar descubrimos que se va a celebrar un concurso de bebedores de cerveza. Adrí me apunta sin decirme nada. Sin saber muy bien cómo, acabo ganado un vaso cervecero,  grande, de cristal con el logo del local. Contentos, yo por la ingesta de cerveza y Adri por parecer una cría, volvemos de nuevo caminando a la casa.

Es sábado y los cuatro, Cone, Rick, Adri y yo estamos haciendo una excursión. La carretera discurre paralela al rio Potomac, y mientras conduce Rick, nos cuenta anécdotas de cuando era joven y venía a pescar al rio junto con su padre. Muchos coches llevan en su trasera una pegatina en la que se quejan de pagar impuestos, pero no estar representados en el congreso ni en el senado. Al ser la capital federal Washington D.C, no tiene derecho a tener representantes en ninguna de las dos cámaras. Hacemos una parada en el inmenso edificio en el que trabaja Rick ya que nos quiere enseñar su oficina. Trabaja para el Homeland Security el departamento de seguridad creado poco después del 11-S. Lo que sería nuestro ministerio del Interior. Entramos y a partir de ese momento y por espacio de cinco minutos, me siento un poco como Maxwell Smart, con puertas, tornos y rejas que se abren y se cierran a nuestro paso. Cogiendo el ascensor, subimos al piso 15, el edificio está fuera de los límites de la ciudad y ya no debe cumplir la limitación de altura, y entramos en su despacho. Todo muy funcional, una mesa de fornica, unas sillas, un ordenador, una mesita baja a la que rodean unos sillones y una inmensa cristalera, me acerco a curiosear.

Las vistas son increíbles, por un lado, la ciudad, por el otro, inmensos bosques que nos ofrecen toda la cromática del otoño y al fondo semiculto por los árboles, el gigantesco edificio del pentágono. No permanecemos dentro mucho más de 15 minutos. De vuelta a la carretera Rick nos lleva a conocer alguno de los barrios más famosos de Washington como el céntrico Dupont Circle célebre por sus restaurantes y sus bares nocturnos o el de Adams Morgan, conocido por su vida nocturna. En nuestro paseo pasamos por delante del horroroso edificio, a mí me lo pareció, que es la sede central del FBI, el J. Edgar Hoover, llamado así en honor del que fueral fundador de la organización. De camino a nuestro destino en Georgetown, que yo siempre había creído que es una ciudad distinta pero no, es un barrio más de Washington, Rick nos comenta que en la ciudad rige el toque de queda para los menores de 16 años, debido a la rampante criminalidad. La verdad es que es un dato que me asombra un poco por inesperado, ya que por población es equivalente a Zaragoza. 

 


Georgetown, es un barrio más antiguo que la ciudad a la que ahora pertenece y en su origen fue el puerto más interior al que podían llegar los barcos que luego llevarían el tabaco y el té a Inglaterra. Es un barrio que parece tranquilo y apacible, de edificios de dos o tres plantas pintados en colores pastel y de calles peatonales llenas de tiendas, librerías y restaurantes y además sede de la prestigiosa universidad del mismo nombre, en la que un antiguo presidente español, daba clases en esos momentos. Rick y Cone nos invitan a comer en un coqueto restaurante italiano. Mentiría si dijese, que durante la comida no temí ver su figura cruzar la puerta.

Pero todo se acaba y es el día de nuestra partida. Es primera hora de la mañana y nos esperan 6 horas de viaje.  Estamos en el gran vestíbulo de la estación de tren de Washington. Nos despedimos rápidamente de Rick y Cone no sin antes hacerles prometer que nos devolverán la visita en Madrid y nos dirigimos a nuestro andén donde ya está esperándonos el tren que nos llevará sin paradas a Boston. Una vez allí nos iremos directamente al aeropuerto Logan. Descubriremos sus tumbonas estratégicamente colocadas delante de unas cristaleras que permiten disfrutar de las vistas sobre la bahía y por la noche cogeremos el avión de regreso

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