Miro la ciudad desde la relativa comodidad del autobús. Un autobús directo que por 21 € une sin paradas intermedias los dos grandes aeropuertos parisinos. No somos muchos viajeros puede que lo más seamos siete personas y pese a que en la página de internet te venden que el recorrido es sin paradas, nos hayamos detenidos en una anodina autopista parisina atrapados en medio de un atasco. Cierto que estoy en Paris, pero podría ser Madrid. Los mismos modelos de coches que avanzan muy despacio ante la desesperación de sus ocupantes. La mujer que habla gesticulando por el móvil, el joven que mueve la cabeza al ritmo de la música, el que aprovecha para hurgarse la nariz, los niños que se pelean en el asiento trasero, las parejas que no se hablan cada una inmersa en su propio mundo, las mismas tristes plantas, adelfas raquíticas de hojas lacias y flores de color indefinido, en la mediana de la autopista luchando por su existencia en una atmosfera de c02., los pitidos de los más i...