NOSTALGIA
Hoy, la noticia del cierre el Café
Comercial ha provocado en mí un ataque de nostalgia. Un sentimiento de fin de
una época, de pérdida irreparable y de camino sin retorno. Os apuesto lo que
queráis que de aquí a unos meses en el local donde hoy está el café reabre transformado
en alguna franquicia de esas que todos tenemos en mente. Y este ataque de nostalgia, lo siento por vosotros, quiero
compartirlo. Este es el punto donde
podéis abandonar la lectura.
Nací en el mes de abril de mil novecientos sesenta
y cuatro en Madrid, en el céntrico Paseo
de Habana. Nací en un Madrid que poco a
poco se va difuminando y desapareciendo de nuestras vidas, de nuestra realidad un poco como esos sueños muy reales y muy vividos pero
que de los cuales al despertar, cuando abres los ojos solo quedan retazos, hilos difusos que se escabullen
en tu cabeza por más que quieras agarrarlos,
y que huidizos se pierden en tu memoria como el agua se te escurre entre los
dedos abiertos de la mano. Última oportunidad para abandonar. Luego no quiero
quejas, ni reclamos
Nací en un Madrid donde aún existían
vaquerías, donde vacas estabuladas proporcionaban leche fresca a la población, de
taxis negros con una franja roja en las puertas, vehículos que en su mayoría eran
de la marca Seat y modelo 1500, un
Madrid donde por lo menos en mi barrio la basura era recogida en un carromato metálico
pintado de color gris, tirado por unas mulas, donde por la noche los serenos marcaban las horas
con un golpe de su chuzo y acudían a abrir el portal al sonido de tus palmadas. Un Madrid
donde los barrenderos llevaban escobas hechas de paja, que ataban a un palo por
medio de un alambre y existían guardianes
en los parques que, vestían de uniforme verde cruzado por una bandolera blanca
con una gran escudo metálico en medio y
llevaban, o así lo recuerdo, un curioso gorrito en la cabeza y cuyo principal cometido
era evitar que las parejas retozasen en el césped. Un Madrid en el cual, el parque del Retiro estaba abierto al tráfico,
al igual que la Puerta del Sol, y donde se empezaba a construir el complejo
AZCA, siglas que si alguna vez os lo habéis preguntado significan Asociación Mixta de Compensación de la Manzana
A de la Zona Comercial del Paseo de la Castellana. Un Madrid donde
por sus calles circulaban Seat 600 u 850, Renault 6 o 4L y como signo de
distinción algunos, pocos, los inmensos Barreiros de la época. Un Madrid donde
los churros te los vendían unidos por un
junco o como mucho, envueltos en papel
de estraza, un Madrid donde el metro,
ruidoso hasta límites difícilmente admisibles hoy, estaba formado por coches,
los vagones solo son para mercancías y ganado, pintados de rojo, sin cristales en las ventanas y que estaban construidos a base de
planchas metálicas unidas entre si por infinidad de remaches que asomaban por
todos lados. Donde los asientos, según te recordaba una chapa también metálica que
estaba remachada en el lateral del mismo, estaban reservados a los caballeros mutilados asientos que eran de lo que entonces se
llamaba formica, y que no era más que
madera laqueada, y donde en el ultimo coche había un espacio reservado para un
trabajador del metro que era el encargado de abrir y cerrar las puertas. Un Madrid donde las FOP, fuerzas de orden público,
vestían acorde al tono del país de gris, con coches, otra vez un seat 1500,
igualmente pintado de gris y con una gran sirena en el techo.
Un Madrid que
aunque agonizantes aun conservaba un par de líneas de tranvía, y donde en los
autobuses, algunos de dos pisos y con el volante a la izquierda, si querías apearte, tenias que tirar con fuerza de una cable metálico, que recorría
por un lateral del techo todo la longitud del mismo y que hacía sonar un timbre.
Autobuses a los que siempre accedías por la puerta trasera, ya que allí estaba
el cobrador, sentado frente a una gran
cantidad de pequeños tacos de colores donde estaban los diversos billetes y que
el manejaba con soltura eso si con el
dedo gordo de la mano, metido en un dedal de goma. Un Madrid donde el gran almacén
más importante y mayor, no era el Corte Inglés sino Galerías Preciados, y donde
a la sombra de estos gigantes existían otros almacenes como Sepu, quien calcula
compra en Sepu era su eslogan, o galerías
España. Un Madrid donde dos cañas y una ración de bravas costaban cinco pesetas (0,030 céntimos de euro) y donde mis amigos y yo jugábamos entre
trigales. Un Madrid en el cual aún podías ir a despedir a la gente a la
estación de tren, Atocha, Príncipe Pio, donde por supuesto el tren era de de vapor, y
acompañarla hasta su mismo coche andando por el andén. Un Madrid en el cual mis abuelos vivían en una
corrala, en la calle López de Hoyos 143, que tenía una cocina que funcionaba a
base de carbón y astillas, retrete compartido para cada cinco viviendas y donde
las vecinas colgaban las sabanas a secar al sol en el patio, en unas cuerdas que se levantaban
del suelo por medio de un palo . Un Madrid donde el camarero saludaba a mi abuelo,
según este entraba por la puerta del bar con un: Don Vitor, ¿lo de siempre? Y mientras
decía estas palabras ponía en la barra forrada de latón un chato que llenaba de
vino peleón.
Un Madrid en el que en los barrios había unas casetas pintadas de
verde, los famosos puestos verdes, y donde por una peseta (0,006 céntimos de
euro) te vendían un cucurucho de pipas o una bolsita de pastillas de leche de burra, que adivina de
que estarían hechas, que ayudaban a pasar las tardes interminables del verano y
que al crecer también nos vendía las revistas porno. Un Madrid donde no existía
ninguna de estas cadenas de comida rápida - la primera franquicia de una cadena
de hamburguesas se abrió en Madrid en 1977 y fue noticia en el telediario ¡¡
por fin éramos modernos!! - y en el que a la ensaladilla rusa se le decía ensalada
nacional. Un Madrid donde cuando ibas al centro, quedabas con los amigos para
tomar un bocadillo de calamares y unos porrones de cerveza en la Plaza Mayor. Y
que poco después cambiamos por quedar en el Café Comercial para tomar unas
cañas antes de ir a divertirnos a la “Vía láctea” o al “Penta”. Un Madrid donde
los cigarrillos se vendían sueltos y los niños de entonces no teníamos ningún problema
en adquirirlos. Un Madrid en fin tan distinto y tan igual en ciertas cosas al
Madrid actual No digáis que no os lo
adverti
No, no me olvido que era un Madrid
en el que tanto los taxistas, como los serenos, y los guardas del parque
eran confidentes de la policía, No me olvido, no quiero olvidarme, que era un Madrid tomado por el ejército y
donde en lo que hoy es la casa de correos en Sol se torturaba y se mataba a
gente. Un Madrid donde las personas tenían miedo de hablar y si te pasaba algo a
manos de la FOP es que te lo habías buscado ya que la gente de bien no tenía
nada que temer. Un Madrid donde en Semana Santa se prohibía la
exhibición de películas que no fueran de temática religiosa. Un Madrid del “usted
no sabe con quién está hablando” que te metía el miedo en el cuerpo ya que te hacia
intuir que la otra persona era alguien con contactos y que te podía arruinar la
vida. Un Madrid de vencedores y vencidos. Un Madrid que contrapuso al ¡No Pasaran! el ¡Ya
hemos pasao ¡ ¿ Cómo olvidarlo!.
Imposible. Pero otro día si os apetece os hablo de ese Madrid tan real como el
que comento más arriba pero hoy no tengo ganas
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