MALASAÑA
Foodies, hipster, modernos,
pijos, guiris, indígenas, jóvenes, guapos, risueños todos estos fenotipos y
algunas especies más, alguna incluso aun sin descubrir por los creadores de
etiquetas, son las que puedes ver cuando
andas por el barrio de Malasaña. Y digo andar en el sentido más literal del la
palabra. Desde hace un tiempo por motivos que no vienen al caso, todos los
martes por la tarde ando un rato por las calles del barrio. Comienzo mi paseo por
la plaza de los cines Luna, vale que los cines no existen desde hace años y ahora son un gimnasio pijo con azotea incluida
donde tomar smoothies antiguamente conocidos como zumos bajo bonitas sombrillas, admito también que se que la plaza realmente se
llama Santa Maria de la Soledad de Torres Acosta pero también es verdad que
pese al lavado de cara, con sus terrazas desde las que puedes ver a los
usuarios del gimnasio haciendo bici estática mientras te tomas un gin-tonic de
ginebras Premium y verduras varias o un coctel de nombre extraño, color
estridente y sabor indefinido y hablas de lo que tienes que meter en la maleta que facturas para no tener
problemas en el aeropuerto – conversación real- y restaurantes especializados en nueva comida
y comida fusión, signifique eso lo que signifique y que en el fondo no es más que coger el plato
estrella de digamos la comida thai y prepáralo con los ingredientes propios de un
tajín de vegetales y pollo, ¿que esta bueno? ¿Quién lo niega? pero que al final
ni comes thai ni comes marroquí , sigue
habiendo putas viejas, antes españolas
ahora de países del este, con sus trajes ceñidos y escasos, piel ajada y
sonrisa triste apostadas en sus esquinas
esperando un cliente. Pero después de todo esto que madrileño que se precie se
va a referir a la plaza por su nombre verdadero y no por el que se ha conocido
toda la vida.
Decía que comienzo mi andadura
por la plaza y me introduzco realmente en el barrio por Corredera baja de San
Pablo y aquí el mundo se expenda. Por todo el barrio, los comercios
de toda la vida, han sido sustituidos
salvo honrosas excepciones, esa droguería poco antes del teatro Lara, por
tiendas gourmet, donde comprar un jamón de los de 255 € el kilo, pate de hígado
de oca, pero de los de verdad, de ocas de la misma France, aceitunas de Kalamata
servidas por el mismísimo Zorba o carnicerías, donde comprar un filete de
ternera, no es una opción, ya que vende carne de ñu, de guanaco, de cebra, de
cocodrilo, de avestruz, de cualquier
animal exótico que os podáis imaginar salvo ternera y cerdo. Los bares de
mostradores de latón, mesas de formica, cerveza de grifo, nombres castizos y ventanas
con gambas y callos dibujados en ellas, gracias casa Camacho, han sido sustituidos por
chill-out, repletos de maderas, muebles de diseño ¿nórdico?, cervezas artesanas hechas en el propio barrio
y pizarras donde se anuncian raciones de hummus de remolacha y mini hamburguesas
de tofu con pan negro de espelta.
Igualmente las tiendas de moda con
sus chaquetas cruzadas, vestidos más o menos alegres, pantalones de tergal y trajes de tweet con raya diplomática son ahora zonas vintage con música que además venden ropa de extraños cortes, y colores
divertidos hechos a mano, con material reciclado o algodón ecológico traído del
mismo Egipto, atendidas por jóvenes que son a la vez los creadores la noche
anterior de los atrevidos diseños que se exponen.
Pues bien en este mundo entre los
irrisorio y lo irreal, vi el otro día una cosa que me llamo la atención, iba yo andando por la Corredera cuando pase
por delante una tienda que se dedica a la venla a granel de todo tipo de
cereales y legumbres y me fije en ella. No
era como las tiendas antiguas donde lo único que había era un saco de garbanzos
de Fuentesaúco, otro de judiones de la Granja y con suerte un saco de arroz de Calasparra. No en ella además de
todo lo anterior, puedes encontrar cereales que van del sorgo rojo hasta el
trigo negrillo con D.O, pasando por toda la gama de espeltas, lentejas y
arroces que puedas imaginar. Puedes encontrar pimientas ordenadas según la
escala scoville, harinas de yuca, de espelta, de maíz, tés y mates que harían
palidecer de envidia a la misma reina de Inglaterra…. Pues bien la tienda
estaba llena de jóvenes guapos, vestidos
a la moda , ellos con sus barbas cuidadosamente
arregladas y perfiladas, ellas con el
pelo recogido en una cola de caballo, haciendo
su compra, eligiendo cuidadosamente que variedades se llevaban para cocinar su ”mujaddara”.
En esas estaba cuando me sorprendió un grito que hizo que me girase para ver
que ocurría, bueno realmente el grito sorprendió a más gente, pues fueron
varias las personas que giraron la cabeza antes de seguir su camino. Me di
cuenta que el hombre que había gritado estaba sentado en el suelo, en medio de
una fila de personas en la que no había reparado con anterioridad. Había hombres
y mujeres, algunos miraban al suelo, otros hablaban con la persona que tenían
al lado, había inmigrantes pero también españoles, vestidos con ropa de saldo,
desarreglados, ellos con sus barbas descuidadas y desaliñadas, ellas mal peinadas.
Me fije un poco más. Estaban haciendo cola delante de un edificio que debía
llevar allí desde los tiempos en que Felipe III traslado la capital a Madrid. En
la puerta, un cartel hecho en madera
colocado encima de la puerta, anunciaba con letras negras “SANTA PONTIFICIA Y REAL HERMADAD DEL REFUGIO
Y PIEDAD DE MADRID” así en mayúsculas. En la puerta una hoja de papel, clavada
en la puerta decía escrito a máquina “
Se admiten donativos, salvo de ropa”. Me fije más en esas personas que hacían cola
para conseguir un plato de comida y tener una cama donde dormir. Como digo no tenían
nada en común entre ellos, salvo el hecho de estar unidos por la pobreza y la
exclusión, quizás y con esto aventuro un juicio de valor, el único diferente
era el loco que gritaba pero a lo mejor no estaba loco y solo gritaba su
impotencia.
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