Estaciones IV (Fin)





Sao Tome, Sao Tome y Príncipe, África
Reconozco que en este relato o recuerdo hago un poco de trampa, que no se diga luego que no voy de frente, así que lo primero que debo deciros es que el espacio donde estamos nunca fue una estación, ya que en Sao Tome, nunca hubo un ferrocarril como tal, sino pequeños tramos ferroviarios que unían las diversas haciendas, Roças en el portugués de Sao Tome, productoras de cacao, con las fabricas e ingenios diseminadas por la isla, donde se descascarillaba el cacao y se envasaba en grandes sacos con destino a Europa y América. Así decía, que donde estamos no es una estación sino en un taller que realmente es lo que fue este espacio en época colonial. El lugar donde se reparaban las pequeñas locomotoras y vagonetas  que permitían que la economía de esta minúscula isla siguiese funcionando. Hemos llegado aquí después de una breve visita a la ciudad, no por el poco tiempo empleado sino porque realmente la ciudad tiene poco que ver. El interesante y no solo arquitectónicamente hablando mercado municipal, la anodina y pequeña catedral católica, la inevitable fortaleza portuguesa de Sao Sebastiao protegiendo la entrada a la bahía, la casa del antiguo gobernador colonial convertida hoy en palacio presidencial, el cercano cuartel donde está la guardia del presidente, algunos edificios coloniales portugueses con balcones abiertos y corridos y pare usted de detallar. Nos ha traído hasta aquí Joaquim nuestro taxista/guía el cual nos adoptó el primer día que llegamos a la isla y ahora se preocupa de recogernos por la noche de vuelta de nuestras excursiones nocturnas aparte de recomendarnos pequeños restaurantes y cafés.
El antiguo taller ha sido reconvertido en sala de exposiciones y conciertos y se llama ahora Espacio de arte Cacau y es un lugar privilegiado para conocer de primera mano lo que sucede en esta pequeña capital africana. Al exterior del edificio se accede tras atravesar una gran puerta de metal que da acceso a un gran patio con el suelo de tierra, donde un solitario árbol da una agradable sombra y en la que aprovechamos para aparcar el coche. El edificio externamente es feo y funcional, construido en ladrillo visto, con grandes ventanales a media altura y techo de teja roja,  aquí y allá se ven algunos antiguos tramos de raíles que surgiendo desde el suelo van a morir a la gran puerta de entrada al edificio. Sin mucho esfuerzo aún es posible imaginar a los a antiguos obreros vestidos con mono azules saliendo o entrando del taller a cubrir sus turnos. Pero, es cruzar la puerta y todo cambia, el sitio es agradable, luminoso, pintado de blanco, con techos mostrando vigas de madera. Estamos en un espacio donde hay una cafetería y una pequeña tienda, algunos sillones invitan a sentarse y disfrutar de un aromático café o cacao proveniente de alguna de las pocas haciendas que aun siguen en funcionamiento y hay un pequeño escenario que se aprovecha todos los jueves por la noche para realizar conciertos. Pero lo Importante no es los conciertos, sino la galería de pinturas y esculturas que hay tras cruzar una pequeña cortina que nos descorre amablemente el guardia de la exposición.
Todas las obras expuestas han sido realizadas por artistas africanos. Hay obras de pintores de Sao Tomé, de la cercana Angola, del vecino Congo, del más lejano Senegal. Y concretamente de este último país es el guardia que nos acompaña en el recorrido por el amplio recinto y que da la casualidad o, quizás no tanto, que también es el artista que hay detrás de alguna de las obras expuestas. Así que tenemos la inmensa suerte que el autor nos cuenta delante de cada una de sus obras cuales fueron sus motivaciones, cual el proceso, que quiso decir y como lo plasmo, porque utilizó unos colores en lugar de otros, porque uso un formato determinado y mil cosas más. Son obras grandes, coloridas, llenas de vida, con personas, animales, plantas que  transmiten fuerza y determinación.

Pero sin lugar a dudas lo que más me impresiona son los maravillosos trajes, mascaras y disfraces que están expuestos en una sala destinada y decorada ex profeso para ellos solos. Estos trajes y mascaras, de aristócrata, de mujer, de juez, de ladrón… son la representación artística de los que se utilizan en cualquier lugar de Sao Tome para la representación del Tchiloli. Pero, ¿qué es el “Tchicoli”? En principio es la representación de antiguos romances medievales europeos introducidos en la isla por los colonos portugueses para su diversión y rápidamente adoptada por los esclavos de las Roças que los acogieron como propios y los adaptaron a sus gustos, añadiéndole música, danza y rituales tradicionales. Así es una mezcla de teatro, música y danza. En la obra, todos los papeles son representados por hombres que actúan de forma voluntaria y el mismo papel se transmite de padres a hijos. El “Tchicoli” es una autentica tradición que se desarrolla en las plazas de todos los pueblos y aldeas de Sao Tomé y su desarrollo puede llegar a durar varios días ya que los espectadores pueden solicitar a los actores que se vuelva a repetir una parte de la obra que les ha gustado especialmente o que se repita una danza para volver a apreciarla. Nuestro guía nos cuenta el guion de alguna de ellas. y con sus palabras nos transporta al medio de una representación. Hay personajes buenos y malos, amores, engaños, traiciones, injusticias y justicia y siempre un final feliz

Aún con las palabras del artista flotando en nuestra mente, terminamos el recorrido por la galería y salimos de nuevo al exterior.  Con un apretón de manos nos despedimos de nuestro guía. Nos montamos en el coche y bajamos las ventanillas. Es mediodía y hace bastante calor. Nuestro destino una cerveza fresca y algo de comer.

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