MALATYA
Medio adormilado, no son las seis de la mañana y pese a eso hay mucha claridad, miro por la ventanilla del minibús las ultimas casas de la ciudad de Malatya, en el Kurdistán turco. Son casas de dos plantas construidas en ladrillo o con carambucos de fibrocemento, techos de tejas y con pequeños patios, donde crecen ralos árboles, en los bajos hay garajes y locales de venta de la delicia local, los orejones de melocotón. Veo el cartel que anuncia el final del pueblo y antes de que pueda volver a dormirme, siento como la camioneta se para en medio de la nada. Vuelvo a mirar por la ventanilla. Ahora sí termino de despertarme. Es un puesto de control del ejército turco. Cuatro todos terrenos obviamente de color caqui, una casamata, la bandera roja con la media luna menguante y la estrella en blanco ondeando en un mástil hecho con un palo alto y no muy recto y un par de decenas de soldados. El oficial al mando habla con nuestro conductor, mientras ojea nue...