Septiembre


 

Termina un mes extraño dentro de un año ya de por si raro.

Un mes que empecé de vacaciones y acabo confinado. Sí querides, mi barrio, o por lo menos parte de él está en una de las famosas áreas sanitarias que nuestra preclara presidenta ha decidido cerrar. Nade de juntarnos con el resto, la chusma debemos tener claro cuál es nuestro lugar y a que sitio pertenecemos.

 

Pero decíamos que comencé el mes estando de vacaciones, y aunque como siempre hubo muchos planes de ir ver tal exposición, visitar todos los museos o hacer miles de cosas, la verdad es que todo quedó reducido a levantarme tarde, descansar y notar como lo días se iban acortando sin remedio. Bueno, no es del todo cierto. Aprovechamos y visitamos el Reina Sofía y la verdad fue un acierto porque si algo bueno tiene esta pandemia, es la ausencia total de visitantes a los museos y poder ver el Guernica totalmente solos, es toda una experiencia. Creo que es la quinta vez que veo el cuadro y siempre lo había visto con una multitud rodeándome. Llamadme elitista, pero ahí solo delante del cuadro, sin nadie en toda la sala, comprendí muy bien lo que debían sentir los reyes cuando encargaban pinturas y las colgaban en sus gabinetes para su único solad y disfrute. El arte se disfruta de otra forma.

La experiencia se completó, comiendo un bocadillo de calamares el diamante

Asturias. Nuestra intención era estar una semana por Asturias, pero por motivos que contaré más adelante solo estuvimos 4 días, los suficientes para disfrutar de un paseo por la literaria Vetusta y una posterior estancia en Cudillero, ese pueblo en el que las casas están colgadas de la montaña mientras enfrentan el mar. Unos días que nos permitieron disfrutar de su gastronomía, de su sidra, de la peculiar forma de hablar de sus gentes, de su verde, distinto del verde del País Vasco según A.

Y como dije, viaje que se vio interrumpido por una llamada de mi hermana, diciéndome que tenía que regresar a Madrid ya que estaban ingresando de urgencias a mi padre para realizarle una operación para quitarle un coagulo cerebral que se la había formado, debido a la caída que tuvo en junio. Horas de incertidumbre y zozobra mientras regresaba del principado a casa. Tiempo de recordar todos los momentos extraños que mi padre ha protagonizado durante el verano, esas acciones sin sentido, esas conversaciones absurdas. Cuando por fin llegue todo había terminado, a mi padre la habían sacado los 35 cc de sangre que el oprimían el cerebro y ahora estaba en una habitación recuperándose, mientras que el resto de la familia debían/debíamos volver a casa. Normas COVID, nadie puede estar con él en el hospital. Dos días despues de la operación y aun un poco confundido, entre sueño y realidad llevábamos de vuelta a mi padre a su casa. Momentos emotivos, abrazos entre mi padre y mi madre, el gato interponiéndose entre las piernas de ambos, lloros y sonrisas.  Afortunadamente se ha recuperado y vuelve a ser el mismo hombre mayor que recordamos.

 

Ha sido el mes de volver al teatro, concretamente para ver una obra de Gabriela Wiener llamada “Qué locura enamorarme yo de ti”. Una obra sobre los celos, el otro, el sentimiento  de propiedad, las infiledidades, las relaciones de pareja en una relación poliamorosa entre Gabriela, su chico y su chica.

 

Y claro, septiembre es también es el fin de la jornada continua y volver a la jornada partida, la confirmación por parte de mi empresa de que de momento lo de volver a la oficina, es una meta lejana y la reunión planeada con los amigos del trabajo con los que hace meses no he compartido más que un par de reuniones por zoom un deseo aun incumplido y más dado que estoy confinado a mi barrio

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